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En la primera fila de la Monarquia

Le vi por última vez en el despacho que seguía conservando en el Palacio Real. La estancia -en el primer piso y con la ventana a la plaza de Oriente- no era gran cosa, apenas una mesa de trabajo y unas butacas para sentarse a charlar. Como es lógico, sin embargo, entre La Zarzuela, donde le había visto con alguna frecuencia en otro tiempo, y el Palacio Real existe una diferencia considerable. No impresiona en absoluto la residencia de los Reyes, pero sí este último edificio, tan cargado de historia y tan enigmático desde fuera. En casi nada había cambiado el marqués de Mondéjar que yo conocía a pesar de lo distinto del marco. No se le percibía achacoso, aunque sus manos sarmentosas sugerían la artrosis y se quejaba de. padecer algunas limitaciones. Mantenía aquella misma llaneza en el trato que le hacía reprocharte que le llamaras "señor marqués" -uno no está muy acostumbrado a tratar con la nobleza- y se veía no ya incómodo sino absolutamente despegado al oír una insinuación acerca de la relevancia de su papel, tantos años al lado del Rey de España.Pero, ahora que ya no puede replicar, se debe repetir que este protagonismo junto a don Juan Carlos fue decisivo en años que tuvieron considerables dificultades. A diferencia del resto de las monarquías europeas, la española ha tenido una obvia significación política en las figuras de quienes la han personificado de manera sucesiva. Tanto don Juan corno don Juan Carlos han tenido sus consejeros políticos, que han cambiado con el paso del tiempo, pero ambos también han dispuesto de otras personas, más permanentes hasta ser casi de la familia. Esas personas - pienso por ejemplo, en el conde de Fontanar, en el caso de don Juan- discretas, fieles y con decidida vocación por no figurar, han, sido el auxilio más valioso de que ha dispuesto una monarquía a la que tampoco le han faltado políticos que se acercaban a ella con pretensiones de monopolizarla o supuestos panegiristas, interesados en administrarla.

Nicolás Cotoner, marqués de Modéjar, siempre en sólo aparente segunda fila al lado del Rey, era la perfecta antítesis de estas actitudes. En su caso, decir que era de la familia no era una metáfora, sino una realidad, descrita como tal por el propio Rey, que no ha dudado en designarle como un segundo padre y en recordar que se encargaba de comprarle trajes en un momento en que no disponía de una situación económica que pueda describirse como brillante. Pero esa anécdota, combinada con su discreción, pueden dar una impresión excesivamente doméstica de lo que fue su función durante tantos años. La realidad es que, dotado de una bondad transparente y un sentido común crecido por la falta de ambición, Mondéjar desempeñó un papel político muy considerable y siempre positivo.

Fue el duque de la Torre quien le situó al lado del futuro Rey en los años cincuenta y él, como monárquico, no pudo negarse a pesar del sacrificio de su carrera militar. Pero cuando su papel resultó crucial fue en los sesenta y setenta. Alguna anécdota revela hasta qué punto estuvo en el centro de los acontecimientos. Fue él quien llevó la carta de don Juan Carlos a su padre cuando Franco optó por nombrar sucesor. De nuevo también él debió buscar por todo Madrid a Carlos Arias Navarro para que renunciara a su dimisión cuando Franco agonizaba y el ya inmediato Rey hacía sus primeras armas políticas.

Acudí, en aquella ocasión citada, a él en relación con una biografía acerca de don Juan Carlos que estaba escribiendo entonces y que ha sido publicada hace unos meses. Era un testigo histórico muy sincero que a menudo se expresaba con la sinceridad risueña y rotunda del militar, tanta como para hacer difícil citarle de modo literal. Tenía el inconveniente, también perceptible en el propio Rey, de que a veces se deslizaba sobre los acontecimientos dramáticos y difíciles en que había participado sin condenar a nadie y olvidando previas tensiones. Dos cosas me llamaron especialmente la atención en lo que me dijo. Me dejó caer que ser Rey resulta con frecuencia una pesadez (empleó otro término más expresivo) y entendí esa frase en el sentido de que la Monarquía, para quienes la desempeñan y la sirven, consiste sobre todo en obligaciones. Me hizo también una caracterización de don Juan Carlos como una buena persona que, tal como la hizo, era la mejor alabanza imaginable a quien quería como a un hijo. Y esta valoración es la misma que hoy puede hacerse del marqués de Mondéjar.

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