Venganza criminal
SIMÓN PERES y Yasir Arafat saben que los extremistas, tanto judíos como palestinos, son sus enemigos comunes. Sectores importantes de sus respectivos pueblos, aquellos que han apostado de modo irreversible por la paz, comparten esa convicción. Pero los extremistas son numerosos en uno y otro bando, y con sus continuas y sangrientas tropelías se justifican mutuamente. El proceso de paz en Tierra Santa extrae su extraordinaria solidez del hecho de que es profundamente necesario para los pueblos implicados y para el conjunto de la comunidad internacional, y su inquietante fragilidad, de la locura de los muchos extremistas. Unos extremistas que, además, actúan en un territorio minúsculo y en el que judíos y palestinos están profundamente intrincados.El grupo islamista palestino Hamás volvió ayer a dar una nueva y aterradora prueba de su desvarío. Si algo han aprendido los terroristas de Hamás de sus enemigos israelíes es el principio de "ojo por ojo y diente por diente". Hamás tenía pendiente una venganza por el asesinato, el mes pasado, de su principal artificiero, Yahia Ayyas, apodado El Ingeniero: un atentado, altamente sofisticado -al terrorista le estalló un teléfono celular-, atribuido a los servicios secretos israelíes. Ajenos a la evolución positiva de la situación en Oriente Próximo, Hamás materializó su venganza en forma de dos atentados, uno en Jerusalén y otro en Ashkelón, que causaron un centenar de víctimas entre muertos y heridos. Fue el día más sangriento en Israel desde la firma de los acuerdos de paz entre el Estado hebreo y la OLP, en septiembre de 1993.
El momento no pudo ser más inoportuno. El proceso de paz acaba de dar un importante salto cualitativo con la retirada del Ejército israelí de buena parte de la Cisjordania ocupada en 1967 y la consiguiente celebración de las primeras elecciones palestinas libres. Por otra parte, Peres ha decidido adelantar los comicios israelíes a finales de mayo para intentar traducir en las urnas el masivo apoyo del pueblo israelí al proceso de paz que siguió al asesinato de Isaac Rabin por un extremista judío. Los sondeos conceden una neta ventaja al Partido Laborista de Peres, frente al derechista Likud.
Pero las bombas de ayer han hecho levantar cabeza a los enemigos israelíes de la paz. En Jerusalén se escucharon gritos airados de "Peres, vete a casa" y "muerte a los árabes" cuando el primer ministro laborista visitó la escena del atentado. Menos mal que Netanyahu, el líder del Likud tuvo una excelente reacción, alabada por el propio Peres, al decir: "En un día como éste, no a vamos a abrir un debate político". Ahora bien, es obvio que nuevos atentados debilitarían la posición de Peres y empujarían al Likud a un renovado radicalismo.
Peres actuó ayer como un gran estadista al anunciar que, tras un breve periodo de suspensión en señal de duelo, Israel continuará las negociaciones con la Autoridad Palestina. Arafat empleó asimismo las palabras adecuadas a la ocasión: "Ésta no es una operación militar, es una operación terrorista. La condeno por completo. No es sólo un atentado contra civiles, sino contra el cojunto del proceso de paz".
Peres y Arafat volvieron a recibir el masivo apoyo de la comunidad internacional -los únicos exabruptos procedieron de grupos extremistas afincados en Damasco, Beirut y Teherán-, Y es que nadie en su sano juicio puede poner en cuestión que, como comprendió el asesinado Rabin, la única vía que conduce a la paz, la libertad y la, prosperidad de los pueblos de Oriente Próximo es la del diálogo y las concesiones recíprocas. El problema estriba en que los extremistas judíos partidarios del Gran Israel y los islamistas palestinos de Hamás y Yihad Islámica no están en su sano juicio. Son locos suicidas y criminales, y nadie ha encontrado todavía el remedio a su enfermedad.
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