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Orden internacional e ilusión cartográfica

Daniel Innerarity

Los territorios han sido siempre objeto de pasión, un motivo esencial de discordia entre. los hombres. Pero esta continuidad no puede hacernos olvidar los profundos cambios que han tenido lugar en la significación política del espacio. Luchar por un pedazo de tierra puede ser, en distintos momentos de la historia, un hecho grandioso, una pérdida de tiempo o una estupidez. Y el modo de hacerlo puede constituir una resistencia razonable o una brutalidad, puede ser inteligente o torpe, en función, sobre todo, de que se haya comprendido adecuadamente lo que la geografía significa para los hombres en cada momento.Aunque se afirme con tono solemne el principio de territorialidad, el espacio político está sometido actualmente a una gran incertidumbre. Probablemente sea exagerado hablar del fin de los territorios, pero no cabe duda que la gravedad del espacio nacional ha cedido el paso a una territorialidad difusa, ambigua y versátil. Quizá sea esta novedad mal asimilada lo que explica la persistencia de conflictos que no se resuelven por el enquistamiento de modelos naturalistas inservibles.

La concepción naturalista del territorio olvida su condición de artificio social y se incapacita para pensar otra configuración del espacio. Por eso me parece que es hoy tan necesario insistir en la pluralidad de los modos de territorialidad, aunque esto nos obligue a pensar fuera de la lógica tradicional, al margen de conceptos como competencia, frontera o integridad territorial.

La historia del territorio es bastante caprichosa. El territorio no es un dato objetivo, sino un artificio. Unas veces aparece como sólido y resistente, pero otras se revela frágil e incierto. Aunque sea invocado como fundamento incontrovertible de los Estados, a nadie se le oculta su inadaptación a las nuevas situaciones de la economía, desbordado por los flujos transnacionales, marginado por la sofisticación de las técnicas de comunicación, impotente para ordenar la proliferación contemporánea de las reivindicaciones de identidad.

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- La escena mundial acoge, precisamente ahora, un conjunto de estrategias políticas, económicas y sociales que contradicen el principio de territorialidad. Las lógicas de la movilidad se imponen en general sobre las de territorialización. El efecto de la mundialización confiere a los actores sociales una movilidad inédita; no solamente les emancipa del marco territorial y pone a su disposición múltiples recursos para escapar de él, sino que suscita estrategias nuevas que les incitan a trascender las fronteras y adoptar modos de identificación múltiple.

La. nueva seguridad se interesa más por los flujos y menos por los límites; poco a poco, el territorio y la frontera del otro se convierten en competencia propia. Las fronteras tradicionales ya no designan los contornos de la soberanía ni permiten distinguir lo interior de lo exterior. Esta confusión de espacios es el resultado inevitable de una diseminación de la violencia que encuadra mal con los viejos esquemas que se han venido utilizando para comprender las relaciones internacionales. Muchos conflictos han escapado ya de cualquier inteligibilidad territorial.

Nadie pretende que el territorio haya sido pura y simplemente abolido. Pero esta crisis es tan radical que ya no permite considerarlo como eje del nuevo orden internacional. Nos encontramos en un escenario más complejo, definido por nuevos modos de regionalización, entre redes liberadas de las constricciones territoriales, a la vez que se redefine el papel internacional del individuo y de los actores sociales. Por otra parte, nuevas corresponsabilidades multilaterales han puesto en marcha operaciones de intervención de la comunidad internacional en un territorio por razones humanitarias, disolviendo en buena medida la vieja prohibición de injerencia en nombre de la solidaridad y de la paz. La solución de los conflictos ha de ensayar modos de desterritorialización e inventar procedimientos más o menos novedosos de organización del espacio político. La complejidad de un mundo transnacional y profundamente dañado en su ordenamiento estatal deja a los agentes políticos la posibilidad de actuar de otra manera distinta que reivindicando el monopolio sobre un territorio determinado. Se trata, en definitiva, de superar las lógicas territoriales antagónicas.

No me parece exagerado afirmar que estamos asistiendo al nacimiento de una nueva lógica política. El modo europeo de construcción regional es una respuesta funcional a esta crisis. Desde Roma a Maastricht, el proceso de la unidad europea es un verdadero laboratorio para la reinvención del espacio, haciendo posible la pertenencia a comunidades múltiples y la elaboración de políticas con extensión variable según los asuntos de que se trate. Esta transgresión de las lógicas territoriales no obedece a una mera yuxtaposición de los Estados soberanos ni conduce a la configuración de una entidad más amplia que vaya a adoptar los esquemas tradicionales de la soberanía estatal. Lo que aparece es un conjunto de unidades ínterdependientes que se aglomeran según grados diversos y que son más o menos privados de autoridad, sin que esto se invierta simétricamente en una autoridad central, lo que Ernest Haas ha llamado "imbricación regional asimétrica". Esta ausencia de territorialidad principal erosiona el integrismo Estado-nacional e introduce efectos de interferencia en las lógicas territoriales convencionales. Desde este punto de' vista, la historia reciente europea evoca un proceso de descomposición de los Estados nacionales que ilustra perfectamente la agonía de los territorios, la disociación de territorio y soberanía, la superposición de espacios concurrentes portadores de autoridad política.

La crisis de la territorialidad modifica las condiciones de la solidaridad. Actualmente la solidaridad trasciende las circunscripciones territoriales. La irrupción de nuevas solidaridades ofrece posibilidades inéditas de activar las interdependencias más allá de los espacios tradicionales. La mundialización engendra lealtades múltiples, implicando a los individuos en redes sociales cada vez más numerosas y diversificadas. El individuo se encuentra actualmente en un contexto en el que puede definir las condiciones de su propia movilización. Lo que sale beneficiado del desorden geográfico es la alianza prioritaria de los individuos, con todos los riesgos que esta indefinición comporta, y el incremento de responsabilidad.

El pluralismo de las alianzas y la multiplicidad creciente de los modos de identificación han de ser aceptados como fundamentos del nuevo orden mundial. La importancia de los bienes comunes -como la paz o el medio ambiente- y nuestra sensibilización hacia ellos nos enfrenta con un patrimonio que no soporta las fronteras y se emancipa de todo control territorial, invocando una serie de imperativos capaces de reunir a los hombres en un destino común compartido. Dicho de una manera gráfica: Mururoa y Sarajevo pueden resultarnos más cercanos que Gibraltar o Iparralde y mucho más que cualquier proximidad conseguida mediante la imposición.

El nuevo pacto social estará todavía por definir, pero lo que está claro es que ya no da más de sí el propuesto por Hobbes, y que todavía sirve de modelo a los Estados: prestación estatal de seguridad a unos individuos que renuncian a una parte esencial de su libertad política. Este tratado encontraba su equilibrio en el respeto escrupuloso de los marcos territoriales. Pero ya no estamos en ese contexto. Se hace necesaria una nueva captación social del respeto, una vez que el mundo de los individuos ya no obedece más que a las reglas simples de la sociología general; sus comportamientos, apenas reglados por una autoridad coactiva, son inestables, volátiles y fugaces, pero también asentados en el compromiso o en la opinión libremente consentida. Si este juego social se convierte poco a poco en la base de las relaciones mundiales, la paz estará cada vez más en función de un conjunto casi infinito de microdecisiones, y no transferida al equilibrio abstracto de una lógica perversa.Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.

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