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Tribuna:Elecciones 3 de marzo
Tribuna
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Estamos rodeados

Lo que más me preocupaba era que la perra, llamada Jái (Fiesta, en euskera), a ver con quién se quedaba tras la detención de su, sin embargo, amado amo Jon Idígoras, que ya se sabe que los perros son fieles a cualquier cosa. Pero me han tranquilizado mis colegas del País Vasco, que Jai, dicen, morará con la hermana del detenido, o sea, que está -relativamente- a salvo. Hay quien dice que estas medidas le hacen la campaña gratis a los nazis que no quiero nombrar, pero, francamente, es como si le permitiéramos a un ayatolá lapidar adúlteras, sólo para no ofender los sentimientos nacionalistas del pueblo persa.Por suerte, en medio de esta maraña, surge de la verdad para iluminar la increíble historia de Eduardo Sostiene Zaplana, presidente de la Generalitat de Valencia, y su increíble hidrosauna. Bien, por fin tengo un testigo ocular, alguien que ha visto con sus propios ojos el asunto, y resulta que consiste en una hidroducha con masaje de agua, no muy grande pero muy práctica, instalada en un recóndito lugar al que el prócer penetra cuando se halla cansado y tiene mitin nocturno, para relajarse. Es de marca Roca, cuesta 1.300.000 pesetas, y ha sido instalada por iniciativa del propio arquitecto, ingeniero, o lo que sea, de la Generalitat. En definitiva, Sostiene Zaplana sólo pretendió que le pusieran una duchita para asearse entre cometidos oficiales. Eso sí, dispone de medio asiento para situar el medio Zaplana.

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Si yo fuera del PP, en lugar de recriminarle al líder valenciano su nuevo estuche de beauté pasado por agua, me llevaría a Aznar a López Ibor -supongo que sigue vivo algún López Ibor, y si no que le manden a Rojas Marcos-, para que le examine, después del tremendo choque espiritual que sufrió durante la manifestación del otro día. He intentado callar, por respeto a los muertos y a la lucha, y tal, pero no puedo dejar de pensar que a don José María debió de atacarle algún tipo de chaladura cuando el lunes asistió a la primera manifestación de su vida -que, por suerte, al celebrarse en tiempos democráticos, ya no se puede titular La primera hostia, como la Canción de La Trinca, porque ahora ya no pegan-, y le dio tal alipori -él, que fue tan normal de toda la vida y sólo estudiaba, sin involucrarse en asuntos políticos-, que creyó que los 800.000 y pico le seguían a él e iban contra el Gobierno. Agarradito a la pancarta, mirando de vez en cuando el reloj, cosa que debieron prohibirle sus asesores, se iba refocilando con la idea de que todos los manifestantes eran del Partido Popular, y es posible que Felipe González pensara lo mismo, porque se le veía como hundido.

Así está de crecido el líder del PP, que cuenta por ahí el castañazo que se pegó al entrar en su autobús, para ir a un mitin de Baleares, y se jacta: "Me acabo de pegar un leñazo, pero yo, hasta la rodilla, la tengo muy dura".

Unido esto al delirium tremens que le agarró a Felipe en la cena entre sindicalistas, al arrebato que tuvo Anguita ante los del pink power, que se comprometió a presionar para que bajen el precio de los preservativos; y al desliz nostálgico sufrido por el popular Abel Matutes, que dijo en Ibiza -justamente ante don José María- que su propósito es "recuperar una España grande y...", y aquí hizo una pausa, desconcertado; reprimió la "libre" que le estaba pidiendo el cuerpo y, después de pensarlo, añadió: "vieja". Unido todo ello, reconocerán que tenemos más de un motivo para sentirnos flojos de cuerpo.

Todo hace suponer que estamos perdidos, y rodeados.

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