Los agujeros negros del reparto del trabajo
El paro que sufren la mayoría de los países europeos es tan alto y tan persistente que se empiezan a tomar seriamente, incluso, las propuestas basadas en el pesimismo y en argumentos falaces. Un ejemplo de este tipo de propuestas es la referida al "reparto del trabajo". La premisa principal del argumento a favor del "reparto del trabajo" es que los avances tecnológicos permiten producir cada vez más bienes con un menor número de horas de trabajo y, por tanto, sólo habrá puestos de trabajo para todos si cada ocupado trabaja menos horas. Esta apreciación lleva a algunos a creer que son necesarias medidas de política económica dirigidas a reducir la duración de la jornada de trabajo. Los más atrevidos piden una drástica "reorganización social del trabajo", aunque, eso sí, sin explicar qué es lo que significa tal concepto.La idea de que la solución del paro requiere inevitablemente que se reparta el trabajo, es falsa. Las razones de esta falsedad son, como mínimo, tres. En primer lugar, no es cierto que los avances tecnológicos destruyan puestos de trabajo. Los avances tecnológicos permiten producir la misma cantidad de productos con menos horas de trabajo y, con este aumento de la productividad, los precios de los bienes bajan y la demanda, el consumo y la producción crecen. La consecuencia de los avances tecnológicos es, por tanto, que sea posible consumir más bienes y disfrutar, al mismo tiempo, de más horas de ocio. La reducción de horas de trabajo que se ha observado en la mayoría de los países desde finales del siglo pasado tiene que ver con el crecimiento de la productividad y nada con el problema del paro.
En segundo lugar, la supuesta eficacia del reparto del trabajo para crear puestos de trabajo se basa en la posibilidad de distribuir las horas de trabajo totales entre los trabajadores dispuestos a trabajar, de forma que reducciones en la duración de la jornada de trabajo originen aumentos proporcionalmente similares en el número de ocupados. Esta segunda premisa también es falsa. La relación entre horas de trabajo y puestos de trabajo depende de restricciones tecnológicas, de la reacción de los ocupados a las reducciones de la duración de su jornada de trabajo y, sobre todo, de lo que ocurra con los costes laborales. Para que las empresas demanden el mismo número de horas de trabajo, las reducciones de la horas de trabajo de cada trabajador han de ser acompañadas por reducciones de sus retribuciones mensuales. Además, dado que hay componentes no salariales del coste laboral que son fijos y que la productividad puede verse afectada negativamente, la reducción del salario mensual ha de ser proporcionalmente mayor que la reducción de las horas, para que el coste laboral por unidad de producto no varíe. Por otra parte, los trabajadores deciden cuantas horas trabajar a partir de sus preferencias entre consumo y ocio. Si el número de horas que los ocupados se pueden emplear en un determinado puesto de trabajo es menor que el número de horas que desean trabajar, recurrirán al pluriempleo. Así, medidas legales dirigidas a repartir el trabajo tales como la reducción de las horas de trabajo semanales a 35 horas, la prohibición de horas extraordinarias, o la ampliación del periodo de vacaciones, no garantizan un aumento del número de personas ocupadas e, incluso, pueden afectar negativamente al empleo. También es cierto que, a los salarios por hora vigentes, hay trabajadores que preferirían trabajar menos horas. En este caso, no hay ningún inconveniente en que trabajadores y empresarios negocien reducciones de horas de trabajo a cambio de reducciones de las retribuciones mensuales. La única intervención legislativa en esta materia debería ser la provisión de un sistema de contratos de trabajo que permita la flexibilidad suficiente para que tales negociaciones puedan desarrollarse.
Finalmente, en el largo plazo, el paro tiende a persistir en una tasa que, en la jerga de la ciencia económica, se conoce con los nombres de tasa deparo o tasa de paro no aceleradora de la inflación y que depende de los factores institucionales que afectan al funcionamiento del mercado de trabajo, pero que nada tiene que ver con la duración de la jornada de trabajo. Aún en el caso improbable de que reducciones de la duración de la jornada de trabajo consiguieran que el paro disminuyera, esta disminución sería transitoria. Si los determinantes estructurales del paro no cambian y el paro es menor que el que se corresponde con la tasa de paro de equilibrio, la inflación aumenta y, más tarde o más temprano, la demanda disminuye, por lo que el paro aumenta de nuevo.
En definitiva, las propuestas a favor del reparto del trabajo tienen más sombras que luces. También resulta preocupante que con la propuesta del "reparto del trabajo" se desvíe la atención de las cuestiones fundamentales sobre el problema del paro. En definitiva, de lo que se debería discutir es de cómo conseguir que se cree más riqueza y cómo alcanzar que la distribución de la riqueza sea socialmente más justa. El reparto del trabajo no crea riqueza y es bastante dudoso que distribuya mejor la existente. La regulación legal del mercado de trabajo español, que provoca ineficiencia económica y situaciones socialmente injustas, constituye la restricción más importante a la creación de empleo y de riqueza. Por otra parte, si de lo que se trata es de redistribuir riqueza, hay instrumentos mucho más eficaces que la regulación excesiva del funcionamiento de los mercados.
Juan Francisco Jimeno es profesor titular de Análisis Económico en la Universidad de Alcalá de Henares e investigador en FEDEA.
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