_
_
_
_
Reportaje:PLAZA MENOR ANTÓN MARTÍN

Bajo el signo de Venus

En la angosta embocadura del metro de Antón Martín, jirones de pancartas firmadas por HETAIRA, asociación en defensa de las prostitutas, y claveles pisoteados en memoria de Araceli, una mujer de la calle, víctima de la violencia callejera y ciega que encanalla las noches de Madrid. Araceli, salvajemente golpeada y arrojada al vacío desde la barandilla del Metropolitano, terminó sus días y sus noches a pocos metros del lugar donde venían a morir, a veces a sanar, durante siglos, muchas de sus colegas en tan antiguo y sufrido oficio. Lleva esta falsa plaza, apenas un ensanche de la calle de Atocha, el nombre de un venerable hermano de la congregación de San Juan de Dios, Antón Martín, discípulo y continuador de la obra del santo, que fundó, a mediados del siglo XVI, en este lugar el hospital de Nuestra Señora del Amor de Dios, para enfermedades venéreas y contagiosas. Un hospital, que como cuenta el cronista Répide, pronto hubo de cambiar de nombre, pues no era de recibo asociar, en tan penosas coyunturas, las infinitas bondades del amor divino con los cuantiosos males que acarrea el amor profano. Del hospital de Antón Martín, que estuvo en funcionamiento hasta bien entrado el presente siglo, no queda más que el recuerdo, perdido tras la impersonal fachada de un templo reconstruido y rehabilitado hasta dejarlo irreconocible, un templo que trata de pasar inadvertido, y lo consigue, emparedado entre almacenes, puestos de mercado y ruidosas cervecerías, en el cogollo de este lugar oscuro, histórico y desolado de Madrid.Hay un designio soterrado que rige sobre la geografía madrilefia, emanación de una misteriosa y telúrica deidad que no permite alteraciones profundas en el destino primigenio de algunos puntos claves de Madrid. Un fátum inexorable que se ceba especialmente con todas las criaturas de la noche, obligadas a vagar eternamente por las mismas calles y las mismas plazas, cruzándose con los fantasmas de sus ancestros noctámbulos. El sexo mercenario recorre la misma ruta por los siglos de los siglos, desde los orígenes de la urbe, sin extraviarse por los cambios del decorado y de las placas de[ callejero. De la Cruz a la Ballesta, Desengaño, Carretas y Montera, Echegaray, la Red de San Luis, y Antón Martín, fin de trayecto.

La furtiva clientela de los sex shops de la calle de Atocha, vastos hipermercados del gadget y la prótesis, al servicio de fetichistas y voyeurs, ni sabe ni quiere saber nada sobre el pasado erótico-hospitalario de la plaza. Las prostitutas que hacen su peligrosa carrera de la plaza de Benavente a ésta de Antón Martín y aledaños no se dejan impresionar por las piadosas advocaciones de las bocacalles adyacentes, ni siquiera por la de la Magdalena. Confluyen en este ensanche de Atocha las calles de la Magdalena, de Santa Isabel, del Amor de Dios y la de León, que se interna en el barrio de las Huertas o de las Musas; aunque la esquina más animada es la del pasaje Doré, inesperado homenaje al fantástico dibujante francés, a cuenta del cercano cinematógrafo que alberga hoy a la Filmoteca Nacional. En la esquina del pasaje Doré, Viñas, "figura destacada en el soñador mundo del perfume", según reza uno de sus reclamos, mantiene reluciente la fachada de su comercio, si bien sus escaparates, salvo algunos testimoniales frascos de colonia, exhiben una impresionante colección de cuchillería: navajas cabriteras o de afeitar, machetes y estiletes, cuchillos de cocina y demás utensilios afilados y punzantes ensamblados en artísticas composiciones. Pero lo que dota al comercio de su definitivo toque dadaísta es la variada y nutrida colección de placas metálicas grabadas con rotundos e irresistibles mensajes publicitarios como el que afirma sibilinamente: "Las tijeras que hacen su felicidad. Algo más arriba, en la misma calle de Atocha, una discreta y vetusta ferretería, atendida por valetudinarios dependientes, nos trae de vuelta al costumbrismo más castizo con un azule o que dice: "Este viejo escaparate lleva cien años viendo pasar al pueblo de Madrid". Un siglo que ha pasado como si tal cosa frente al comercio inmutable de García. Ochandatay, que, en el singular batiburrillo que exhiben sus vitrinas, bien podría guardar todavía parte del género adquirido para su inauguración.

Las placas de Víñas reciben seguramente más atención por parte del pueblo de Madrid que pasa frente al escaparate de Ochandatay que las otras placas, las que puso el Ayuntamiento para recordar que en Antón Martín tuvo lugar la escaramuza que dio origen al motín antieuropeizante y castizo de Esquilache, recortador de capas y sombreros, la que recuerda que aquí vivió Bartolomé Carducho, pintor de la Corte de los Austrias, o la que rememora el estreno en el teatro Monumental, en diciembre de 1935, del segundo concierto de violín de Prokófiev.

La infrautilización del teatro Monumental, arrendado para sus ensayos y conciertos por la orquesta de RTVE, trae de cabeza al propietario, encargado y camarero de Los Cortaos, un café paredaño que en las buenas temporadas musicales de este coliseo, famoso por sus cualidades acústicas, llegó a emplear a cuatro personas detrás de la barra. Privados de la clientela de los conciertos diarios o semanales, cerraron o se transformaron en burgers, bancos o jamonerías muchos bares de la zona. Sin placa municipal alguna cerró el Café de Zaragoza, donde lucharon los republicanos en el levantamiento de San Gil. Las reformas hicieron mella también en la emblemática fachada de la farmacia del Globo, y los nuevos vientos colocaron el cartel de se traspasa en el chiscón de La Casa de las Gafas del óptico Arthaud. A cambio, se han abierto un videoclub y un supermercado chino, el Jia-Jia, que, junto a productos de primera necesidad, oferta a precios sin competencia licores orientales con lagarto incluido, cervezas exóticas, salsas y otros sabores del Extremo Oriente.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_