Otra vuelta de tuerca
Hace poco, teníamos ocasión de conocer por fin Smoke, una mirada sobre la condición humana entre la acidez y la comprensión, la excepcional ocasión de ver en acción a actores inmensos y disfrutar de un texto dé Paul Auster. Ponía en imágenes esos textos el obediente Wayne Wang, cineasta irregular, pero en ocasiones más que interesante. Y. aunque el filme tropezó con la inquina (y las anteojeras) de algún. crítico aficionado, lo cierto es que ha obtenido un respaldo tan generalizado que ya tenemos aquí la segunda parte de tal filme, rodada prácticamente en continuidad con aquél y con similares personajes, lo que inevitablemente invita a una comparación que quien esto firma intentará no tener en cuenta, entre otras cosas, porque ambos difieren de forma evidente.Lo primero que le viene a la cabeza al crítico viendo Blue in the face no es tanto Smoke cuanto alguno de los experimentos de trabajo en común entre Erich Rohmer y sus actores, por ejemplo, El rayo verde: un filme construido con una inmensa libertad, nacido de lo bien que se lo pasa un grupo humano trabajando, pero sin descuidar -lo contrario sería un puro happening- que hay algo que decir como resultado de ese trabajo; un ejercicio de preciosismo que se esconde tras unas formas aparentemente descuidadas, pero también una inteligente apuesta por la aprehensión de la vida en su discurir, una operación en la que parecen embarcados algunos de los cineastas más creativos de los últimos años: el citado Rohmer, Abbas Kiarostami, Víctor Erice.
Blue in the face
Dirección: Wayne Wang. Guión: Paul Auster, W. Wang y los actores que intervienen en el filme. Fotografía: Adam Holender (fragmentos en vídeo, de Harvey Wang). Música: John Lurie y Calvin Weston. Producción: Greg Johnson, Peter Newman y Diana Phillips. EE UU, 1995. Intérpretes: Harvey Keitel, Lou Reed, Roseanne, Jim Jarmush, Michael J. Fox, Lily Tonilin, Mel Gorham, Madonna, Mira Sorvino, Jared Harris, Victor Argo. Estreno en Madrid: Acteón y Alphaville (V. O.).
Perdida inocencia
Dicho de otra manera: la apuesta por volver a rodar como si nadie antes lo hubiese hecho, el descubrimiento continuo de la pura pasión por la imagen en movimiento, única manera, en el mundo sobrecargado de imágenes en que vivimos, de devolver al cine su estatuto de privilegiado prospector de la realidad, además de su perdida inocencia.Todo esto es Blue in the face; pero, también un ejercicio en las fronteras de la narración, a medio camino entre el documental y a ficción, con esos personajes eIlos mismos en todo momento -Lou Reed, Jarmush, John Lurie y sus muchachos-, sumados a esos seres anónimos cuyas declaraciones, en vídeo, pautan el desarrollo del filme y terminan configurando un discurso sobre un barrio y una ciudad, que es un discurso, en el fondo, sobre todas las ciudades, sobre la insatisfacción, sobre el irremediable paso del tiempo, sobre algunos de los grandes problemas de nuestra realidad de cada día. Y en medio de todo esto, algunos personajes ya conocidos -con el inmenso, increíble Harvey Keitel a la cabeza-, cuya vida tenemos interiorizada, y a cuyas pequeñas historias de andar por casa nos hemos familiarizado; y otros sobre los que la ficción se permite irónicos subrayados: la obesa Roseanne y sus peculiares dotes de vampiresa, Madonna (!) y sus hilarantes habilidades canoras.
Al final, Blue in the face se coloca junto a Smoke, pero demostrando poseer una voz propia. Lejos de la vampirización, los logros que manifiesta tienen que ver con una operación aún más radical de auscultación de la realidad que la que mostraba su antecesor, y al tiempo, de interrogación a unas formas expresivas sin la que ningún arte puede ser considerado tal. Es engañoso por aparentemente simple, salvajemente divertido, tiernamente iconoclasta; la demostración que el dinero es lo de menos cuando lo que sobra es talento.
Babelia
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