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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Miente, manipula y difama

EL 22 de julio de 1994 quedará en- la historia del periodismo español como la fecha del oprobio que la vanidad o la ambición pueden llegar a provocar en las actitudes profesionales. Ese día, el director de un periódico con pretensiones de ser un diario de referencia había citado a cenar en su casa a los (los líderes más destacados de la oposición, José María Aznar y Julio Anguita, a fin de urdir una operación política: la pinza del partido de la derecha con los comunistas para derribar al Gobierno de González. Es difícil imaginar una actitud así en nadie que se precie de ser un periodista independiente o en el dirigente de un periódico que pretenda, servir a sus lectores antes que a sus intereses. Pero la actitud del director de El Mundo, anfitrión del encuentro, que, por otra parte, silenció en su periódico, resultaba coherente con la escuela de amarillismo que ya había logrado establecer.Para los ingenuos que suponen que El Mundo es un periódico que piensa en sus lectores antes que en sus dueños o en la fortuna y fama de su director, el recordatorio de esta anécdota, profusamente contada en un libro hagiográfico del susodicho, bastará si se quiere iluminar los propósitos, y los despropósitos, del más joven de los diarios de la capital de España. Heredero de una escisión en la empresa editora de otro colega de Madrid -en donde la gestión del actual director de El Mundo sentó las bases de la quiebra posterior-, el periódico sobrevivió gracias a la intervención de Rizzoli, el monstruo italiano de la comunicación, que no dudó en aportar el oxígeno financiero necesario a cambio del 45% de las acciones. Rizzoli está controlada por Fiat, uno de los, conglomerados industriales más importantes del mundo.

El Mundo ha logrado sacar a la luz algunas informaciones interesantes. Eso facilita que su director, que mientras los GAL mataban y asesinaban aplaudía las acciones del "valeroso Damborenea", presuma ahora de haber contribuido a descubrir la trama en tomo a esa banda terrorista, olvidando que su silencio y su aplauso, según los casos, contribuyeron en su día al clima social que justificó los crímenes. En su desesperada carrera por vender, El Mundo no imagina barreras morales, y se escuda en la impunidad jurídica en la que se mueve este país frente a la calumnia y la mentira. Pertenece a esa clase de diario que el antiguo director de The Washington Post Ben Bradlee llama "periodismo de queroseno". Aquel en el que los reporteros echan gasolina en no importa qué fuego, antes de determinar lo que se está quemando y por qué. Y una de sus tácticas más queridas ha sido la de la difamación persistente de nuestro periódico, de sus redactores, directivos y empresarios, coreada por un buen puñado de columnistas que drenan sus frustraciones, sus celos 0 sus agravios personales con total desprecio del interés de los lectores. Si el director no respeta la norma básica del periodismo, que es el respeto a quien nos lee, ¿por qué han de hacerlo sus sicarios?

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