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El paseo de Setién

Fernando Savater

El día de San Sebastián amaneció radiante en la capital guipuzcoana. Desde muy temprano lució el sol, aunque la mayoría de los donostiarras-todavía convalecientes de las tamborradas y, alegres copichuelas de la noche- no tuviesen prisa en comprobarlo personalmente. Hacía una temperatura suave, casi primaveral, de modo que monseñor Setién decidió ir paseando hasta la basílica de Santa María, donde le esperaban para misa mayor. -¡Mañanita de San Sebastián, luminosa y festiva, joya del alma! Y esta vez, por el momento, sin traumas: no han matado a nadie de un tiro en la nuca mientras cenaba en una, sociedad gastronómica, como sucedió hace pocos años, ni se han producido incidentes dignos de mención, salvo las habituales pancartas pro-aninistía en la plaza de la Constitución durante la izada de la bandera donostiaira, una tamborrada a favor de la reagrupación de los presos y cosas así. Nada digno de mención. Por cierto, hoy se cumple el primer aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez. "¡Cómo pasa el tiempo!" piensa Setién, mientras aviva el paso camino de Santa María.En La Concha, guapa como sólo ella sabe estarlo, se bañan unos pocos valientes y algunos chicos esperan la ola propicia con sus tablas de surf. ¡Y estamos en enero! ¡Para que luego digan que aquí hace mal tiempo!, El señor obispo no presta atención a estas delicias paisajísticas ni a la pancarta que anuncia el rápido exterminio de "sociólogos y periodistas". Lo de los periodistas es comprensible, pero ¿por qué los sociólogos? Será por lo del dichoso informe sobre la juventud vasca: los muchachotes se han sentido criminalizados y, para demostrar lo erróneo del diagnóstico, prometen vengarse de los, autores. "Eso es lo que se consigue polarizañdo las posturas", piensa distraidamente monseñor mientras, cruza el parque de Alderdi-Eder. Ahora tiene puesta la cabeza en la homilía que debe pronunciar dentro de unos minutos. Hablará sobre la "conquista de la calle" por algunos, como si fuera sólo suya y no de todos. Va a ser duro. Dirá que la ciudades de todos y para todos, que no debemos echarla a perder "en función dé otros objetivos que, no por ser legítimos, justifican cualquier forma de actuación cívica, incluso la que conduce a la destrucción, al temor y a la inseguridad", Setién perfila la frase: ¿será apropiado llamar "actuación cívica" a la que trae destrucción, inseguri dad y temor? Bueno, lo importante es mencionar que todos los objetivos son legítimos: hay que evitar la polarización. Ahora monseñor Setién llega frente al Ayuntamiento y advierte la concentración bastante numerosa que allí pide en silencio la liberación de José Mari Aldáia. ¿Tan temprano? Claro, es que han adelantado la hora a fin de no coincidir con la tamborrada infantil de las doce. Para llegar a la calle Mayor, el señor obispo tiene que pasar junto a los congregados. Están los hijos del secuestrado, los trabajadores de Alditrans y gente del pueblo, madrugadora y solidaria. Desde luego, piensa el señor obispo, no es cosa de unirse a ellos -la misa espera-, ni siquiera de pararse a saludarles o a bendecirles: siempre hay quien interpreta esos gestos de forma partidista. Lo mejor es acelerar un poco y cruzar sin mirarles. Así no habrá malentendidos. Oye algunos comentarios, pero la gente es inevitablemente maliciosa. Y un obispo tiene que saber ser obispo de todos. Además, ya lo dijo el abate Siéyes, "Miren ustedes, cuando iba a pie, las gentes con las que me encontraba hablaban mal de mí y yo lo oía; ahora voy en coche y no les oigo: ésa es la diferencia". La próxima. vez, medita Setién, será mejor ir en coche. Dios mío, soy gran pecador y no me atrevo a pedirte ningún derecho individual. Sin embargo, solicito de tu misericordia un derecho colectivo, como los que te reclaman tus hijos de Elkarri: haznos a los vascos independientes, dependientes o medio pensionistas, lo que corresponda., pero, por favor, ¡no nos dejes solos con monseñor Setién y sus píos conmilitones!

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