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Tribuna
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Vocación de censor

Pocos episodios podrían haber sido más ilustrativos de la campaña electoral palestina que la decisión de la policía de Yasir Arafat de interferir en el trabajo de la prensa en Gaza. Horas antes de los comicios, agentes de uno de los servicios de seguridad del jefe se incautaron ayer de los equipos de transmisión que sirven a la mayoría de las estaciones de televisión extranjera y cerraron el conducto principal, propiedad de una empresa privada israelí. La medida fue adoptada por las autoridades de la televisión palestina, el poderoso instrumento del Ministerio de Información que interpreta fielmente la inclinación de Arafat a ser un factótum con particular vocación de censor.El comportamiento de Arafat con la prensa palestina ha sido siempre digno de un déspota. En el verano de 1994, cuando finalmente llegó a Gaza, declaró que su próximo paso iba a ser construir la democracia. Arafat ve en la votación de hoy exactamente eso, pero no es una visión compartida. Es una percepción rnayoritaria, pero que camufla una maquinación unilateral y fríamente calculada para consolidar y dar legitimidad al poder que ostenta desde hace décadas.La clave de su éxito reside en que, quiérase o no, es el que mejor conoce a sus compatriotas y domina perfectamente el manejo del anhelo de ser guiados por un hombre de fuerza probada. En ese sentido, cambios no va a producir la votación de hoy, que muchos ven como la coronación de Arafat. Tan seguro está de su elección como presidente que ni siquiera se ha molestado en hacer proselitismo. Es innecesario. Su solitaria contrincante, la señor a Samiha Jalil, es una septuagenaria viuda izquierdista y burguesa de Ramala conocida por un mínimo sector de la población de Cisjordania.

A Arafat lo que le preocupa es obtener un triunfo avasallador, porque podría invitar a comparaciones con las farsas electorales del mundo árabe. Quiere una victoria sin alardes, pero que efectivamente siente las bases para continuar en la cima sin rivales peligrosos.La oposición islámica de Hamás y la Yihad Islámica le han hecho un favor absteniéndose de participar en los comicios. No habrá, por tanto, un registro del poder real de la oposición. Arafat también ha triunfado en su empeño por dar apariencia pluralista a las elecciones, convenciendo a los no muy opositores o a los críticos de las ligas menores a presentar sus candidaturas. Ahí están, por ejemplo, el Frente de la Lucha Popular Palestina, los izquierdistas disidentes del otrora combativo Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP); el Frente Democrático Palestino de Yasir Abed Rabbo, ministro en el gabinete de Arafat; el Partido Popular Palestino, compuesto por los resabios del evaporado partido comunista palestino; el Frente para la Liberación de Palestina, formado por los arrepentidos de la proximidad palestina hacia Irak (como el propio Arafat), y dos o tres grupítos de tinte religioso.

El Consejo Palestino que nace hoy tendrá técnicamente ingredientes diversos con apariencia pluralista. Los nuevos legisladores del protoparlamento del embrionario Estado palestino podrán, por ejemplo, cuestionar la manifiesta falta de prisa del jefe en lidiar con la cuestión de los refugiados palestinos o con el problema de los asentamientos judíos. Los más atrevidos exigirán transparencia en el manejo de fondos públicos. Pero seguramente nadie va a invitar a un examen retrospectivo del proceso de paz con Israel. Tampoco habrá eco de las opiniones de los que están convencidos de que Arafat erró al conformarse con lo poco que tiene que ofrecer Israel a los palestinos pacificados por sus derrotas militares y hoy embelesados por las promesas de democracia.

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