La izquierda explicada
Ciertamente, son muy pocos los españoles que tienen noticias de que hubo en Portugal hace más de treinta años, exactamente en 1962, un vasto movimiento de protesta y reivindicación estudiantil del que la Universidad de Lisboa fue uno de los focos principales. Menos aún serán los que oyeron hablar de la existencia, en aquella época, de un profesor que se llamaba Luis Filipe Lindley Cintra, filólogo. Y con certeza no hay un solo español que tenga conocimiento de que el secretario general del órgano coordinador de las diversas asociaciones académicas era entonces un joven licenciado de 23 años llamado Jorge Sampaio. Para entender lo que sigue es preciso comenzar por saber esto. Y dicho queda. No estaré levantando ninguna calumnia si escribo que en aquellos tiempos, cuando el fascismo portugués comenzó a recibir los primeros golpes duros (el asalto al navío Santa María, el inicio de la lucha independentista en Angola, la invasión de Goa por las tropas indias), los eméritos catedráticos de la Universidad no eran propiamente personas que se distinguiesen por cultivar fuertes ideales de progreso y manifestar pública o privadamente insufridas ansias de libertad. Digamos que lo contrario estuvo siempre mucho más cerca de la verdad. Habría algunas discretas excepciones, una u otra abierta y declarada, como fue el caso del profesor Lindley Cintra, que, corajosamente, tomó el partido del movimiento universitario. La gratitud de los estudiantes de Derecho los llevó, en esos días, a ofrecer al profesor Cintra una pintura, un cuadro, en cuyo reverso, usando palabras simples, sin retórica revolucionaria o cualquier otra, expresaron el respeto y la admiración que les merecía. Pasaron 34 años. Dos hijos que el profesor tenía crecieron y se hicieron hombres (uno de ellos, Luis Miguel Cintra, es hoy, sin duda, el mejor actor portugués). Hace pocos años la muerte se llevó al profesor Lindley, el cuadro que le había sido ofrecido por los estudiantes de Derecho en 1962 quedó, sin saberlo, a la espera de la segunda parte de su destino, que comenzó hace tres días. Después de obtenido el consentimiento y la aprobación de su hermano, Luis Miguel Cintra buscó a Jorge Sampaio para entregarle el cuadro. Treinta y cuatro años después, la pintura volvió a las manos que la habían tocado primero.¿Es esto suficiente para explicar la izquierda? Un lector dirá que sí, otro dirá que no. Contemos entonces una historia más, ésta brevísima. El domingo, Jorge Sampaio, ya presidente electo de la República Portuguesa, tuvo que responder en conferencia de prensa a una pregunta impertinente y malintencionada de una periodista que quiso saber qué iba a hacer ahora del carnet de militante del Partido Socialista, una vez que había afirmado que sería el presidente de todos los portugueses. La respuesta de Sampaio fue ésta: "No es necesario entregar el carnet del partido para ser exento y responsable en la más alta magistratura del Estado". No tengo la certeza de que la joven aprendiza de periodista haya comprendido bien lo que oyó. Habituada al espectáculo cotidiano de un ejercicio demagógico de la política, esperaría probablemente oír de Sampaio una respuesta grandilocuente sobre los deberes de las altas funciones en que va a ser investido, esperaría probablemente que él aprovechara la ocasión para anunciar su retirada del partido de manera que en el espíritu de los ciudadanos no perdurase cualquier duda sobre la futura imparcialidad de sus decisiones. Lo que Sampaio dijo, simplemente, fue que el espíritu, la inteligencia y la sensibilidad no se definen y ejercen en función de un carnet de partido, sino que están en la cabeza y en el corazón, y que la coherencia de las ideas, el respeto de los principios y la imparcialidad de los juicios no se toman más sólidos por el hecho de haber devuelto un documento que es más que simple prueba burocrática de una afiliación partidaria, porque es señal de un sentido de vida, si, quien a él entendió no deber renunciar, tampoco renunció a sí mismo. Jorge Sampaio es ése.
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