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Tribuna:A LA INTEMPERIE
Tribuna
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Cuestión de tiempo

Juan José Millás

Siempre leo con atención la Agenda que este suplemento publica en su penúltima página, no para ver a dónde ir, sino a dónde no ir. Esta semana no he asistido a una conferencia titulada Psicosis maniaco-depresiva y su asociación con la esquizofrenia (Psicosis mixtas). Tampoco fui a una charla que se anunciaba bajo el sugestivo título de El olvido de los nombres propios. Y la semana anterior creo, me perdí una exposición interesantísima sin duda: El neñu asturiano en la pintura de Carmen del Berro. Anoto en mi diario los actos culturales a los que no asisto, del mismo modo que apunto los libros que no leo para saber de lo que no me tengo que acordar cuando hago memoria.Debajo de la Agenda, este suplemento publica la lista de los fallecidos del día anterior en la ciudad. También la leo, no para ver los que han muerto, sino los que continúan vivos. Esto me lleva mucho tiempo, porque no aparecen por orden alfabético, ni por edades ni por profesiones, ni, por ningún otro orden conocido. La lista de los Fallecidos en Madrid es una especie de fosa común, donde las costillas de unos se confunden con el peroné de los otros, así que es muy buena para mezclar nombres y apellidos y obtener así identidades de gran sonoridad. Siempre se me van los ojos detrás de este tipo de asuntos periféricos como si esperara encontrar en ellos más significado que en las noticias importantes. Por eso, tras estudiar la lista de los muertos, me voy a los Teléfonos de interés, que están en la misma página, bajo las Farmacias de guardia. De éstos, he logrado aprenderme de memoria el de Acogida a transeúntes e indigentes. No soy ninguna de las dos cosas, pero nunca se sabe. Un día iba por Arenal pensando en un tazón de chocolate con churros cuando de súbito tuve un ataque de amnesia y estuve sin saber quién era durante media hora. Sólo me acordaba de los libros que no había leído y de las conferencias que no había escuchado, pero no estaba seguro de si había dejado de asistir a ellas en Madrid o en Logroño, o sea, que tampoco me acordaba de dónde estaba. Si la cosa se hubiera prolongado, habría sido muy útil tener en la cabeza el teléfono de Acogida de transeúntes e indigentes. Me gusta estar preparado para las cosas improbables porque de las probables ya se ocupa el destino.

Por cierto que en Madrid hay una carga excesiva de destino. El destino es que entres en una hamburguesería por tu propio pie y salgas en una camilla del Samur envuelto en papel de aluminio y con dos plomos en el cuerpo. O que estés jugando al dominó en un hogar de pensionistas (por qué los llaman hogar) y se te caiga el tejado encima al golpear la mesa con el seis doble. El destino es también que estés ejerciendo la prostitución en la plaza de Benavente y te rompan el cráneo antes de arrojarte por la barandilla del metro de Antón Martín. Otra forma menor de destino es que vayas de Rey Mago en una carroza municipal y un gamberro te deje tuerto de un caramelazo. De manera que el destino es la consecuencia de un encadenamiento de sucesos necesario y fatal.

En la acera de enfrente del destino está la casualidad. La casualidad es, por ejemplo, que te compres un piso en el campo y te pongan al lado la incineradora de Valdemingómez. O que quedes en un andén de Cuatro Caminos con la chica de tus sueños y ese día precisamente esté de huelga el metro. La casualidad consiste en que te mueras de una gripe o de un infarto, indistintamente. Por eso carece de grandeza, porque le da igual una cosa que otra. Suele ser menos dañina que el destino, aunque una sucesión de casualidades nefastas es terrible.

Y luego, para completar el territorio de la realidad, está también lo absurdo. Lo absurdo consiste, por ejemplo, en declarar en rebeldía a Gas Natural, que es lo que ha pasado el otro día, como si no supiéramos todos dónde vive el señor Gas Natural. También es absurdo lo que sucede en Galapagar, y es que no saben qué hacer con una piedra de 36.000 kilogramos que les ha regalado un señor de la zona. Unos la llaman monolito y otros escultura, aunque la mayoría de la población se refiere a ella como "el pedrusco". Pero para absurdo absurdo, lo de la Comunidad, que va a gastarse 100 millones de pesetas en un caballo de carreras con el objetivo de "promocionar la región y sus productos" en el exterior. Lo malo es que uno no puede elegir en cuál de todos estos territorios de la realidad habitar: eso depende del azar. Yo, si se pudiera escoger, me pediría ser el caballo de carreras de Gallardón. Para que me nombren cónsul como al de Calígula. No es más que una cuestión de tiempo. Feliz domingo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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