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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chechenia en Moscú

UNA REMOTA y relativamente modesta guerra caucásica, de las que hace dos siglos los zares libraban con una brutalidad proporcional a la ausencia de luz y taquígrafos, se ha convertido hoy en el principal problema político de la Federación Rusa. El año pasado, tras unos meses de operaciones sangrientas pero no concluyentes, el Ejército ruso firmó un armisticio con los rebeldes chechenos, en lucha por su independencia, que en vez de preludiar un arreglo duradero fue apenas un respiro para que la rebelión recobrara el aliento. Las elecciones legislativas del mes pasado, de las que se esperaba en Moscú la emergencia de un poder autónomo en Checlienia, capaz de operar en el seno de la federación, no han tenido el efecto apaciguador esperado.Si los irregulares chechenos no son capaces de librar una guerra convencional con éxito contra la herrumbrosa pero todavía masiva maquinaria militar rusa, sí lo son de acciones de alto contenido desestabilizador: el último ejemplo es la operación realizada estos días por un grupo de activistas armados en un hospital de la vecina región autónoma de Daguestán, con captura de rehenes civiles, a una parte de los cuales utiliza como escudos humanos en el repliegue hacia sus bases. Al margen del desenlace, ya luctuoso y todavía incierto, de la operación, acontecimientos como el mencionado van a ejercer una influencia, decisiva sobre el curso inmediato de la reforma liberal en Rusia.

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En junio de este año deben celebrarse elecciones presidenciales en el país. Las legislativas de diciembre arrojaron un avance importante de los comunistas de Ziugánov, que unidos a los nacionalistas de Zirinovski, bordean la mayoría absoluta en la nueva, Duma. Al mismo tiempo, la división de los partidos reformistas y la dudosa popularidad del presidente Yeltsin hacen temer en Occidente que de los comicios pueda surgir una opción inquietante.

Acontecimientos como el de Daguestán marcan esas elecciones. Yeltsin que aún finta si presenta o no su candidatura, difícilmente puede competir con esas opciones nostálgicas con una Chechenia humeante, por lo que la tentación de la represión a sangre y fuego contra la insurrección chechena será fortísima en los próximos meses; de igual forma, todos los desastres del Kremlin contribuyen a engordar las expectativas electorales de comunistas y nacionalistas; los primeros porque evocan un tiempo en que nadie se atrevía a plantarle así cara a la madre Rusia, y los segundos porque, aseguran que con ellos esa clase de aventuras no duraría ni una semana.

Por todo ello, Chechenia es el absceso que el Kremlin precisa suturar antes de junio. Si lo hace con concesiones políticas, bordeando quizá una independencia de hecho, aún habría tiempo de sanar la herida. Pero si al equipo de Yeltsin sólo se le ocurre aplicar más de lo mismo, violencia y elecciones irrelevantes, cuando se vote -si se vota- en junio, será, en buena medida, a favor o en contra de lo que pase en Chechenia. Y un voto en esas condiciones amenaza con enconar la situación más que nunca. Rusia no ha de elegir un presidente para que solucione el problema de Chechenia, sino resolver pacíficamente el problema para votar entonces en plena democracia.

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