Final de legislatura
CUALQUIER BALANCE de la legislatura que ahora termina se verá inevitablemente oscurecido por los escándalos aflorados en estos dos años y medio, y que han determinado, más que cualquier otro factor, la disolución anticipada de las Cortes que hoy se materializa en el Boletín Oficial del Estado. En estos 30 meses ha habido otras cosas además de escándalos: una producción legislativa. considerable, 'encabezada por la aprobación del nuevo Código Penal, y una actividad de control del Ejecutivo incomparablemente más viva que en anteriores legislaturas. Pero es cierto que los escándalos, aunque en su mayoría referidos a hechos ocurridos en el pasado, han marcado el periodo. Lo más importante es ahora que los políticos sean capaces de interiorizar la lección que se desprende de ellos: que el poder no lo es todo, y que no todo vale para conquistarlo o conservarlo.Esa influencia de los escándalos ha. hecho que pasase a segundo plano la que, sin embargo, era preocupación principal de los ciudadanos cuando se. convocaron las anteriores elecciones en el peor momento de la crisis económica. Las cosas han evolucionado a mejor y, por primera vez en muchos años, el crecimiento económico -del 2% en 1994 y del 3% en 1995, tras una tasa negativa del 1,1% en 1993- no ha ido acompañado de un agravamiento de los desequilibrios que han lastrado otras veces las fases expansivas. La perspectiva de un crecimiento para 1996 superior al de nuestros principales vecinos, compatible con una fuerte reducción de la inflación según las recientes previsiones del Banco de España, es un buen punto de partida para el Gobierno que salga de las urnas..Ese Gobierno, si se confirman las encuestas, será del Partido Popular, aunque. no es seguro que ese partido alcance en marzo la mayoría absoluta. La legislatura que ahora expira ha permitido. una experiencia, sui géneris de política de coalición. La ausencia de un partido bisagra como Pudo haber sido el CDS de Suárez otorga ese papel a los nacionalismos vasco y catalán. Ello puede favorecer una . mayor integración y un más directo compromiso nacionalista con la política española, pero no deja de implicar riesgos de todo lo contrario si la experiencia es negativa. En la. reciente del nacionalismo catalán, ambos factores se equilibran, aunque Pujol no ha cerrado la puerta a futuros pactos con cualquiera de los dos principales partidos.
Desde algunos sectores socialista se ha insinuado la posibilidad de configurar una mayoría en alianza con el PNV y CiU capaz de disputar el gobierno al PP, incluso si el PSOE queda en segundo lugar. Es verdad que esa hipótesis otorga una mayor emoción al desenlace, pero supondría rectificar el principio que el propio Felipe González explicitó en vísperas de las elecciones de 1993: no pujar por el apoyo nacionalista si su partido no era el más votado. Dicho de otra manera: que si no ganaba las elecciones, se abstendría de interferir en el intento de formar Gobierno del partido más votado. Por ello, más probable parece. que esa hipotética combinación tripartita sea una baza a utilizar sólo en el plazo de dos o tres años y con vistas a una eventual moción de censura frente al desgaste de un Gobierno presidido por Aznar.
Éste se enfrenta a unas elecciones en las que su condición de claro favorito le obliga a extremar la claridad en sus compromisos. Ya no podrá mantener su indefinición sobre los problemas espinosos ni dispa rar con pólvora del rey con promesas destinadas sólo a ganar votos: sus compromisos, bajar los impuestos o acortar la duración del servicio militar, le serán exigidos en firme dentro de poco. La campaña de 1993 pecó del mismo defecto por parte de los dos principales aspirantes a la presidencia: ocultar las consecuencias que se derivaban del negativo diagnóstico de la situación económica. Ojalá que la campaña que prácticamente se inicia hoy permita a los ciudadanos conocer no sólo la mala opinión que los políticos tienen de sus colegas sino el destino que piensan dar a los votos que solicitan.
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