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La democracia de los partidos

Emilio Lamo de Espinosa

Según el calendario aceptado, mañana, martes, se cerrará la legislatura menos afortunada de . la reciente historia democratica. Pues, si a lo largo de todas las anteriores la democracia española se fue construyendo o asentando, en esta última se ha visto sometida a un furioso vendaval de consecuencias aún impredecibles. La credibilidad de la justicia, del Parlamento, del Ejecutivo, de los partidos políticos, e incluso de la Corona, ha sufrido un serio desgaste que los sondeos de opinión ponen de manifiesto con rotundidad. Ciertamente, la imagen de los políticos es deplorable: el 69% de los españoles cree muy o bastante cierto que "constituyen una casta más preocupada por autoprotegerse y defender sus intereses que por representar y defender a quienes les eligen"; el 67% cree igualmente que "se han alejado de los intereses y preocupaciones de la calle y sólo se hablan y entienden entre ellos", y el 64% cree simplemente que "carecen de credibilidad". Así, pues, interesados, endogámicos y poco de fiar. Es indiscutible que, desde el punto de vista de la salud política del país, estamos hoy mucho peor que en 1993, y ese saldo político negativo es parte de la herencia que el PSOE deja abierta al ganador de las próximas elecciones de marzo.Cabría atribuir la responsabilidad de esa involución democrática a los grandes sujetos de la política, los partidos, y de modo destacado al partido gobernante. La hipótesis tiene serios sustentos, pero el principal puede formularse con rotundidad: es difícil, si no imposible, confiar en la renovación democrática que pueda ser aportada por partidos políticos que no son democráticos en su funcionamiento interno. Y esto último no es un juicio de valor o una opinión, sino un dato del que los recientes eventos (desde el no debate socialista sobre la sucesión a las constantes "adhesiones inquebrantables") reiteran su tozudez. Pues la democracia interna no está separada de la externa y pretender que la lógica cesarista de los partidos (y no sólo del socialista) pueda transformarse en respeto democrático hacia las instituciones es magia. Al contrario, la cultura de la adhesión, de elecciones con resultados del 99%, de lealtad personal más que institucional o, lo que es lo mismo, la cultura de la adulación y el servilismo, producto inevitable del acortesamiento del partido, se traslada inmediatamente al grupo parlamentario y al Gobierno., Los procesos. de reclutamiento de personal siguen la misma lógica y ésta se refuerza. Ya no hace falta forzar la maquina; espontáneamente todos y cada: uno responden al unísono división alguna. La Constitución establece en su artículo 6.1 que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos "deben ser democráticos". La norma no ha sido desarrollada y es cuando menos chusco que la democracia no ' abarque legalmente, a los actores públicos responsables de la, misma democracia. Pero no es casual que la Ley de Partidos Políticos no haya podido ser aprobada en esta legislatura. Ello supondría la renovación interna de casi todos, y la legislatura se ha jugado justamente contra esa misma posibilidad. Ha sido toda ella una constante huida hacia adelante para evitar poner la casa en orden. El último acto de la escapada, poner en manos del electorado el destino político de líderes jurídicamente encausados, es envenenar los comicios con la lógica de las lealtades partidistas trasladando al electorado responsabilidades que ni son suyas ni pueden serlo y confiando en que la justicia acabe cara a la pared enfrentada con los ciudadanos.

No es de sorprender, por ello, que la negativa opinión de que "todos los partidos son iguales" haya crecido en nada menos que 50 puntos (del 13% al 63%) entre 1980 y 1.992, según datos del CIS. Recordemos, no obstante, que la renovación de los partido! y la profundizacíón democrática eran justamente las banderas programáticas del PSOE en 1993, parte del "he comprendido el mensaje". Al parecer, es- urgente que alguien entienda este mensaje si se pretende que los ciudadanos recobren la confianza en sus partidos.

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