El estilo Esparraguera

Oller es mucho Oller y ya se da el caso de que cada pieza nueva del pequeño gran artista de Esparraguera recuerda sus otras obras. Es decir: hay un estilo Oller, con las virtudes y peligros que tal cosa implica. Frecuentemente se acusa a Oller de facilón y de ha cer concesiones al público. No es exactamente así, lo que pasa es que Ramón gusta al venerable, y mucho. Sabe conectar con el auditorio, tocarle la fibra sensible a la mayoría y, ocasionalmente, hacerle reir a carcajadas con un humor directo y de eficaz anticlímax.El Centro Andaluz de Danza apostó acertadamente en su lanzamiento público por Oller y le encargó esta obra, que recrea la Navidad desde el recuerdo, como un Proust localista a ritmo de pasodobles (algo así como si Balbec estuviera en Dos Hermanas) y villancicos reventones (en vez de recrear a César Frank, pues a Manolo Escobar, y se queda tan ancho). El estilo Oller, desmelenado, sin contención y hasta excisivo, se amolda al juego de añoranzas y remembranzas. Usando incluso las mismas músicas de cuando creó Por encargo de Duato para la Compañía Nacional de Danza, a Oller se le ve aquí más suelto y en su papel, más seguro sin tanto tenso protocolo dentro de un formato ajeno.

La actriz Nuria, Moreno es una todoterreno que amplía su registro en cada obra a la que se enfrenta. Su formación multidisciplinar le permite nadar entre bailarines virtusosos sin desentonar y hasta aportando en sus solos un cierto lirismo no exento de dolor y tensión. Ella es la musa de esta obra y su espina dorsal. Monsina, su personaje, llega a inspirar ternura y domina la velada; el coreógrafo le ha dibujado inteligentemente frases largas en tempo de adagio (lo que evita riesgos, pero hace más dura la interpretación) que reafirman su lucimiento, en el mismo diapasón en que se movia, por ejemplo, Ida Rubinstein, otra que oscilaba elegantemente entre varios géneros escénicos.

El tema de los artistas que se implican entre invitados ya está en algún Goldoni y en El maestro de danza de Calderón. Oller arma su esperpento tragicómico y caricaturesco con un pretexto similar. En Retratos en la memoria dominan los bailes de grupo, siempre eficaces y dinámicos, enlazados por unos diálogos a veces no tan bien dichos y demasiado largos. A pesar, la obra se va en un agradable santiamén. El público que llenaba la sala Olimpia aplaudió larga y merecidamente al conjunto.