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Recta final

"En nombre de la nación, claridad", proclamaba uno de los artículos políticos más brillantes de José Ortega y Gasset. Publicado en 1933, cuando se produjo la victoria electoral de la derecha, el artículo demandaba a aquél que personificaba esa opción política -Gil Robles- que fuera capaz de superar esa perpetua demostración de lo que anti era y tratara dé explicar lo que verdaderamente quería hacer con el destino colectivo de los españoles.Ahora hay que volver a hacer idéntica petición pero no sólo a la derecha sino también a la izquierda. Dentro de nada ingresaremos en un periodo que, como en toda consulta electoral, parece establecer un paréntesis al ejercicio de la inteligencia. Estamos, sin duda, al final de una etapa. Los españoles tienen esa exacta impresión que se les presenta como una absoluta evidencia pero no ven ese panorama con entusiasmo sino, a lo sumo, con desconfiada curiosidad. Los problemas que tiene España distan muchísimo de ser banales o simples de resolver. Por centrarme tan sólo en una cuestión, resulta evidente que después de exigir a nuestra democracia un nivel bastante bajo durante años, la opinión pública ha acabado por tener una opinión más bien deplorable de ella. La desafección con respecto a los políticos y los partidos es generalizada y profunda y no existe un liderazgo común mínimamente respetado. Pese a ello, en esta recta final previa a la campaña electoral lo que de momento se nos ofrece es aspereza en estado puro, debates retrospectivos y un lamentable desierto de imaginación, respecto del futuro.La claridad parece imposible en el PSOE que resulta deglutido por el simple transcurso ineluctable del tiempo. A base de recrearse en la incertidumbre cada minuto que ha venido pasando le ha ido cerrando posibilidades sucesivas. No se ha pensado a tiempo en una sucesión ordenada de González, y cuando la que era, sin duda, mejor, ha sido descartada por los acontecimientos, se resucita la peor imaginable. La simple presencia del presidente en la campaña electoral va a impedir todo debate serio sobre cualquier tema que se refiera al futuro. Lo que acaban de escribir un puñado de intelectuales adscritos al socialismo es, por tanto, la pura obviedad. Ya empiezan a resonar, sin embargo, las voces de quienes juzgarán poco profesionales o no suficientemente sectarios a los autores del manifiesto (alguno hará mención a ese "orgullo propio de los intelectuales" del que hablaba Franco). Felipe González merece más de un elogio, pero con la imprescindible condición previa de que resulte fúnebre. Quienes ahora le animan a otra aventura electoral o parten del convencimiento de que el milagro de 1993 es repetible o figurarán en el más severo tribunal de censores el día de la probable derrota.

Últimamente la oposición de derechas lo hace bien. La presentación de su posible victoria como un ejercicio del turno, la actitud partidaria de una transición pacífica en Cuba y la misma disponibilidad para una entrevista con el presidente de Gobierno son otras tantas muestras de un laudable camino hacia un talante de centro. Por descontado, tal tendencia viene punteada de pifias como la comisión GAL del Senado, demasiado tardía -por culpa del PSOE- para conseguir otra cosa que el desprestigio de la Cámara que la cobijó. Pero importa que de esa entrevista se salga con una sensación distinta de la que, por desgracia, ha predominado hasta el momento: la de que uno de los interlocutores es demasiado cuco y el otro no tan brillante. Y debe venir luego la claridad en el periodo electoral. En eso le corresponderá un papel esencial a la oposición, porque cualquier intento del PSOE está destinado a ser clausurado con la pregunta acerca de las razones de no haberlo hecho antes. El PP puede tener la tentación de tratar de zafarse de compromisos concretos porque la simple espera parece depositar en sus manos el triunfo. Pero sólo la vía del centro y la claridad en el programa pueden darle una victoria muy clara y, lo que es más importante, apoyos sociales estables si vienen tiempos difíciles.

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