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Muere James Reston, uno de los más influyentes periodistas norteamericanos

Desaparece un estilo sobrio, sereno e implacable

Antonio Caño

James Reston, el más influyente periodista norteamericano del último medio siglo, murió de cáncer el miércoles a los 86 años de edad en su casa de Washington, la ciudad que había sido casi siempre su púlpito y su fuente de información. Con Reston, cuya carrera cubrió todas las escalas del oficio, desde la sección de deportes de un pequeño medio local hasta la dirección de The New York Times, desaparece un estilo de periodismo sobrio, reflexivo, sereno pero implacable, que ya está en extinción incluso en Estados Unidos."Yo no quiero que la prensa sea popular, sólo que merezca ser creída", dejó escrito Reston en su libro de memorias, Deadline, publicado en 1991, después de una carrera en la que informó sobre los principales acontecimientos ocurridos entre 1940 y 1990 -el año en que se retiró del periodismo activo-, y conoció personalmente a todos los presidentes norteamericanos, desde Roosevelt hasta Bush.

Con alguno de ellos llegó a intimar en exceso, y sus rivales le reprocharon a veces una cierta complacencia con el poder. Reston ha explicado que es verdad que en una ocasión se prestó a servir de mensajero de Kennedy en una columna de su diario porque pensó que había intereses cruciales en juego.

También ha reconocido que, en la mayoría de la historias importantes sobre las que ha trabajado, en cuanto se investiga un poco se descubre que la verdad no sólo tiene dos caras, sino con frecuencia tres, cuatro, cinco o más aún. Ello matiza enormemente el trabajo de un periodista serio, le quita brillo a veces y lo hace menos popular, pero, desde luego, mucho más exacto.

El periodista, en el ejemplo de Reston, no debe buscar la admiración, ni de los propietarios de los periódicos en los que trabaja, ni de las fuentes que cubre. Ni siquiera de los lectores a los que destina su labor. Los primeros quieren resultados, los segundos, sumisión, y los terceros quieren noticias positivas. Ninguno de esos tres propósitos formaba, parte. del catálogo confesado por Reston.

"Nunca se me ha ocurrido", manifiesta en sus memorias, "que la gente nos pudiera querer o debiera de querernos. Este negocio es un servicio. Nosotros entregamos un producto cada día, como el correo. Y, como en el correo, mucho de lo que entregamos es porquería".

Dos Pulitzer

James Reston adoraba, desde luego, la profesión a la que se había dedicado toda su vida. Llegado de niño desde su Escocia natal a la ciudad de Dayton (Ohio), empezó pronto a trabajar en las páginas deportivas de un diario local. De allí pasó a la oficina de reportajes en Nueva York de la agencia Associated Press. En 1939 comenzó a trabajar como corresponsal de The New York Times en Londres. Entre 1953 y 1968 fue jefe de la delegación de ese diario en Washington y, por espacio de seis meses, llegó a ser director del periódico. De allí volvió a Washington, donde terminó una carrera, premiada con dos Pulitzer, uno por la primicia de la decisión aliada de crear las Naciones Unidas, y el otro por la cobertura de las elecciones presidenciales de 1956.

"Lo mejor de esta profesión", decía Reston, "es que, a diferencia de los académicos e historiadores te permite escribir de las cosas que pasan cuando a la gente le interesan". Acabó, sin embargo, con una visión pesimista sobre el futuro: "Aunque estamos en el negocio de la comunicación, hemos hecho un mal trabajo a la hora de comunicarle a la gente cuáles son nuestras verdaderas responsabilidades ( ... ) En estos 50 años, tengo la impresión de que el balance de poder ha caído del lado de los políticos y en contra de los esfuerzos de la prensa por informar de lo que los políticos hacen (...) Creo que los periódicos norteamericanos se están ajustando para sobrevivir el próximo siglo, pero más pequeños y más pobres".

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