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Bueno, bonito y nevado

El aluvión de esquiadores y curiosos hizo de Navacerrada un 'mercado persa'

Vicente G. Olaya

En Navacerrada no cabía almediodía de ayer ni un alfiler más. Vendedores ambulantes, grúas, guardias, monitores de esquí, monjas, sanitarios, domingueros, curiosos, estudiantes, montañeros y esquiadores se agolpaban en estas instalaciones. Hacía diez años que las pistas no se cubrían de nieve durante el puente de la Constitución, y se notaba. Un alud de coches se había precipitado hacia el puerto. Las carreteras de acceso se colapsaron y al mediodía las retenciones superaban los diez kilómetros. "Navacerrada", comentó ayer Miguel Angel Cantón, presidente de la asociación de empresarios, "ha vuelto a revivir". Los guardias civiles que ayer vigilaban la cima hacían "un poco la vista gorda" ante los centenares de vehículos mal aparcados. Los estacionamientos estaban repletos y los guardias permitían que los conductores aparcasen en los arcenes. "¡Eso sí que no! En el paso de cebra no se puede parar", le indicaba un agente a un conductor listillo.Mientras, Julián Bermejo esperaba su oportunidad. Era el propietario de una de las grúas que trabajan en el puerto. "Me suelo llevar unos tres vehículos al día. Muchos suben sin el coche preparado y, claro se quedan en mitad de la subida. Cobro 7.000 pesetas. Es barato", decía.

Enrique Fernández, un gallego de 65 años, no cesaba de vender "castañas calentitas" a 300 pesetas en mitad de uno de los abarrotados aparcamientos. "Ahora, la Comunidad de Castilla y León [medio puerto pertenece a esta comunidad] nos quiere echar de aquí. Dicen que molestamos y quitamos plazas de aparcamiento. Pero si sólo somos ocho pobres comerciantes que nos ganamos la vida vendiendo unas cositas sin importancia", decía. "Para un puesto de castañas que tengo, me lo quieren quitar", se quejaba este vendedor que no ocupaba ni dos metros cuadrados.

Javier Llorente, de la Unidad Alpina de la Cruz Roja, no había recogido en la mañana de ayer ni un solo herido. "Mejor así. Lo que si me preocupa son los plastiqueros [personas que se deslizan por las pendientes sobre un plástico]. Hay un montón, y cualquier día sucederá una desgracia".

"¡Pero qué desgracia ni qué niño muerto!", replicaba Alejandro Abad, vecino de Barajas. "A ver si ahora los pobres no podemos venir a la nieve. ¿No dicen que esto es de la Comunidad? Pues es de todos: de los que tienen dinero para esquís y de los que nos montamos en una bolsa de El Corte Inglés". Yun esquiador que llevaba media hora buscando un sitio para aparcar terminó: "·¿Las pistas? No sé. Todavía no he podido probarlas. La próxima vez vengo en tren o me voy a Candanchú", decía enfadado.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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