El paternalismo musical
Se da la señal para que salga el tren a la hora prevista, ya en marcha el tercer movimiento de alguna sinfonía o serenata de Mozart, o ¿puede ser de Haydn? Los demás pasajeros, desde luego, no se preocupan demasiado por este detalle, no lo pensemos más. "¡pi pi pi pi pí!": ¿escribió eso Mozart?, ¡qué moderno! y las puertas cierran. En algún momento indeterminado empieza Un americano in París, de Gershwin, tan desconocido como el austríaco para el público al merced de, la Renfe. La cuarta, repetición del nauseabundo tema principal es felizmente interrumpida por un "¡Bin-tin-teng! Próxima parada: Valdemoro". "¡Pí pí pí pí pí!". Noto la influencia de Mozart en el estilo de Gershwin. Las puertas abren, y Ennio Monicone, desde los altavoces industriales del andén, compite con Gersimin, seguido por no sé si puede ser Mecano o Rock in USA. En cualquier caso, no resulta demasiado armónico en combinacíón con Ger... "¡Pi pi pi pi pi!". Pronto estamos entre Pinto y Valdemoro, cuando, acabado el cacho de Gershwin, volvemos a la misma selección de Mozart. Intento interesarme por la música, pero como el sonido es fatal y tiene que competir con todos los ruídos del tren, no hay, en sentido estricto, música. Intento leer, pero no puedo asimilar lo que leo por el martilleo de la música, no ya música antigua, sino antigua música, como quien dice la antigua Yugoslavia. Otra vez sale ese pesado de arnericano en París. "¡Pi pi pi pi pi! ¡Bin-tin-teng!". Sin duda, hay buenas intenciones detrás de esta barbáridad. Pero si, como supongo, no es permitido a ningún pasajero imponer sus gustos musicales a los demás en los trenes, ¿por qué se le permite a la Renfe, como si fuesen los gustos de Dios?
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