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Tribuna
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Guerreros y diplomáticos

Caían litros de café y paquetes de tabaco a velocidad de vértigo. La hora de clausura había pasado y también la del almuerzo. No había acuerdo. En las suites del hotel Juan Carlos I, donde se negociaba, se multiplicaban las reuniones a puerta cerrada, mientras la sala del pleno seguía vacía. En el Princesa Sofía, donde rugían los informadores, las conferencias de prensa se iban aplazando. No había acuerdo y sí retraso. Todo auténticamente euromediterráneo. El periodista libanés, guasón, dijo: "¡Que llamen a Holbrooke!".

"Están buscando un consenso sobre el disenso", confirmó Jesús Atienza, el director general de la Oficina de Información Diplomática, subrayando la frase con una leve sonrisa. Atienza había bajado a la arena del Princesa Sofía. De pie, acosado por una veintena de periodistas, estaba facilitando la información más cierta de la jornada. El problema estribaba en que Oriente Próximo había traído sus líos a Barcelona, y éstos, como siempre, eran monumentales. Cómo definir el terrorismo y separarlo de la lucha contra la ocupación extranjera, qué decir del derecho de los pueblos a la autodeterminación y qué de las armas nucleares eran los principales. Sirios e israelíes protagonizaban la batalla central, pero, mientras se rumoreaba, en falso, que los prime ros se habían ido de Barcelona, los segundos comparecían ante la prensa pata decir« que ellos esta ban de acuerdo con la idea de eliminar de la declaración final todos los puntos conflictivos.

Comienzo de un proceso

Como la sed y el hambre al final de- una jornada de Ramadán, la decepción invadía a los delegados e informadores árabes que habían acudido a Barcelona esperando mucho más de lo que aquello podía dar. Sólo cabía consolarles observando que, esta vez, la cosa era mucho menos grave que en tiempos de cruzadas, cuyo comienzo, como había recordado el comisario europeo Manuel Marín, se produjo hace nueve siglos. Por no hablar de la batalla de Lepanto, que había citado Jordi Pujol.En fin, con dos horas de retraso, los ministros reaparecieron en la sala de plenos. Había acuerdo. Felipe González leyó su discurso. Barcelona, dijo, había sido el arranque de un largo proceso de cooperación y diálogo. Ojalá. Para la historia de la diplomacia quedarían dos cosas: la primera, el encomiable esfuerzo de los españoles por intentar un nuevo milagro en el mar de las revelaciones monoteístas y el haber logrado, en el último minuto, un resultado que deja abiertas las puertas; la segunda, el debú de Ehud Barak, el general convertido en ministro de Exteriores israelí. El lunes, Barak había tocado el piano en el palacio de Pedralbes mientras se iba organizando la ceremonia inaugural. Don Juan Carlos, Javier Solana y Yasir Arafat habían sido su público. Más tarde, había dicho: "Disculpen mis errores, soy nuevo en este oficio".

Buena cosa es que en el Mediterráneo los guerreros se conviertan en diplomáticos.

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