Pax bosniaca
Una paz verosímil es aquélla para la que ha llegado su tiempo. El hecho de que se firme antes o después resulta relativamente irrelevante. Por eso, el espectáculo del Departamento de Estado norteamericano retorciendo brazos, profiriendo gruñidos y poniendo cara de muy pocos amigos en Dayton (Ohio) a los responsables de la carnicería balcánica, no dice gran cosa sobre la eventual consolidación de esa paz.La firma precede al deseo de paz o corre tras de él. En 1978-1979, el primer ministro israelí, Menájem Beguin, y el presidente egipcio, Anuar el Sadat, firmaron una paz, también en medio de grandes fastos teatrales orquestados por el presidente norteamericano, Jimmy Carter, que les amenazó -como ahora en Dayton- con detenerles de por vida sí no se daban el sí.
Entonces no era necesaria tal exhibición, puesto que Sadat necesitaba esa paz para recuperar el Sinaí y desembarazar a Egipto de futuras guerras con Israel, y Beguin podía pagar sin gran dificultad el precio de la retirada. El montaje de ópera contemporánea se hizo, en realidad, a beneficio del israelí, que diseñó su coreografía de forma tal que no le obligaran a prometer nada concreto sobre la suerte del pueblo palestino. Eso no lo sabíamos entonces, lo que excusa al presidente Carter y deja íncólume su evidente buena fe.
En septiembre de 1993 palestinos e israelíes firmaban una paz que, en cambio, precedía a la posibilidad de la misma. Esa firma expresaba entonces únicamente la necesidad de Yasir Arafat, secundado por una parte de la OLP, de hacer la paz con Israel. Y la necesitaba porque al cabo de tantos años de lucha, y, sobre todo, tras haber expresado su disposición a reconocer al Estado sionista, es decir, de haberlo dado casi todo, no podía mostrar casi nada como fruto de tanta, aunque oral, moderación. La derrota de Irak en el Golfo y la pasión personal del líder palestino por ser presidente de algo, jugaron también un papel a favor de la firma, pero lo esencial era que Arafat se hallaba políticamente tan debilitado que sólo aquel papel podía devolverle a un rol de primer plano. Por eso no hay aún paz en el Próximo Oriente, ya que lo que se firmó fue sólo luna apuesta.
En el casco de la guerra de Bosnia la pregunta, por tanto, es ésta: ¿la paz precede o va a la zaga de una auténtica posibilidad de compromiso sobre el terreno?
Todo indica que reina una cierta resignación en dos de las tres partes firmantes: el presidente neo-yugoslavo, Slobodan Milosevic, parece resignado a perder los territorios serbios de Croacia a cambio de media Bosnia y de salvar a su país con el fin del embargo económico. El otro impuesto que ha de pagar es el de reducir a la impotencia a los líderes serbo-bosnios, Karadzic y Mladic, lo que hoy pinta suficientemente factible. El presidente bosnio, Alia Izetbegovic, sabe también, por su parte, que a lo más que puede aspirar es a una cierta soberanía en el marco de la federación croata-musulmaná, ligada además al Estado de Zagreb. Es decir, dos se resignan y uno se regocija.
Sólo, por tanto, al presidente croata, Franjo Tudjman, le salen redondas las cuentas, puesto que el acuerdo entre Croacia y la federación bosniaca se parece mucho a la gran Croacia de sus sueños balcánicos. Y todo ello ha sido posible porque Estados Unidos ha tomado el partido de Zagreb, haciendo que sus pupilos musulmanes, que no existirían políticamente sin el apoyo anterior recibido de Washington, fueran quienes pagasen el precio básico del acuerdo.
En definitiva, la pax bosniaca se impondrá si Estados Unidos mantiene la presión sobre las partes, si hay soldados norteamericanos en la zona para hacer la policía de los acuerdos, y si sigue comprando con ayuda económica y militar la aceptación de esa paz de mínimos para dos de ellos y de bastantes máximos,para el tercero. Y eso no esta nada claro, en la medida en que el Congreso norteamericano, dirigido por dos rivales del presidente Clinton, los republicanos Newt Gingrich y Robert Dole, sigan amenazando con hacer juegos electorales con Bosnia.
Esta firma antecede, pues, a sus posibilidades de cristalizar como paz. Pero esas posibilidades pueden darse, sobre todo, si existen la voluntad y los medios en Washington para sostenerlas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.