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Tribuna:FUTBOL DUODECIMA JORNADA DE LIGA
Tribuna
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¿Dimisión de don Ramón?

La confusa noticia de la difusa retirada del profuso Ramón Mendoza ha escindido a la afición en dos bandos afines: el de los escépticos y el de los incrédulos. Los primeros dicen que su dimisión no sena un acto voluntario, sino una imposición financiera: el patrón ya no tiene quien le avale. Los incrédulos van más lejos; sostienen que don Ramón no se concibe a sí mismo como ex presidente, y que sólo podría ser desalojado del palco por una acción combinada, de los marines, los cosacos, los gurkas y la legión extranjera. Establecida una cabeza de puente en su despacho, un pelotón de cobradores del frac le asaltaría cada vez que hiciese el gesto de llevarse la mano a la cartera;. entonces, un agente doble gritaría: ¡fuego! y, aprovechando la confusión, una columna de cerrajeros cambiaría rápidamente las aldabas del club.Por si lo que dicen que dijeron que dijo se cumple, quizá convenga improvisarle una despedida y proclamar que su mayor virtud, la osadía, ha sido también la probable causa de su infortunio. Es justo reconocer que, al menos, siempre fue partidario de huir hacia delante; así, en vez de buscar la excusa de la austeridad para pedir a, la afición el sacrificio imposible del aburrimiento por falta de ídolos, decidió no privarla de ninguno: hoy trajo a Schuster, mañana a Sabonis, después a Prosinecki, luego a Laudrup y Redondo; todo, menos aceptar un reparto de segundones.A pesar de ello, su mayor defecto no ha sido su prodigalidad, sino su tendencia al canibalismo: un impulso maligno le llevaba a engullir, uno por uno, a sus más estrechos colaboradores. Este repetido acto de voracidad ha seguido siempre un mismo protocolo. Primero, los idealizaba sistemáticamente, ya fuesen financieros, ejecutivos, diplomáticos o entrenadores. Hasta el momento mismo de la firma de sus contratos, todos ellos eran la quintaesencia de la virtud. Dos meses más tarde, el que le parecía guapo se convertía en un figurín, el que le había parecido alto resultaba ser un patoso, y aquel que era tan listo, terminaba siendo un embaucador. A continuación, convenientemente desacreditados, hacía con ellos lo mismo que Saturno-con sus hijos: se los comía. Alguien -debió decirle que ni siquiera él mismo podía equivocarse tanto.

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Quizá alguna voz amiga deba decirle ahora que, si sigue atornillado al sillón, puede acabar como aquel corneta indobritánico que encarnó Peter Sellers en la película El guateque. Primero, dispararán contra él los enemigos; luego, ante su cargante propensión a resucitar, acabarán fusilándole los lanceros bengalíes, los húsares de Su Majestad, sus compañeros de promoción, el productor, el guionista y, finalmente, una delegación mundial de prestamistas hipotecarios.

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