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"¡No es grave! ¡No es grave!, exclamó Rabin

Hasta que no se lo dijo su propio jefe, Menajem Darriti, el chófer de Isaac Rabin, no se lo creyó. "¡No pasa nada! ¡No son balas de verdad!", había exclamado el asesino. Damti se abalanzó al volante y arrancó, mientras los guardaespaldas introducían a Rabin en el asiento trasero. "Empecé a conducir diciéndome: 'Seguramente no es nada. Son cartuchos de fogueo". Entonces, Damti se volvió y preguntó a su jefe: "¿Está usted herido?". "Sí, pero no es grave. ¡No es grave!", respondió Rabin con un hilo de voz mientras se moría. Su cabeza cayó abatida. Damti exclamó: "¡Oh, Dios, las balas eran de verdad!". Condujo a toda velocidad el Cadillac blindado al hospital más cercano. A esa hora, nadie en las calles sabía lo que acababa de ocurrir.

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Esa noche, Simón Peres se libró de milagro. Era considerado un "objetivo secundario" cuando, pistola en mano, Yigal Amir, el extremista judío cegado por el odio al proceso de paz, acechaba en un aparcamiento la llegada de los líderes laboristas que habían participado en la manifestación pacifista más grande de la historia de Israel.

Amir pensaba matar a Rabin y a Peres juntos. Pero éstos bajaron por separado al aparcamiento. Fue la impaciencia de Peres lo que le salvó la vida. Cansado de esperar a Rabin, el actual primer ministro interino tomó su propio coche y se marchó. Amir decidió que no valía la pena asesinar a Peres en solitario y esperó la llegada de Rabin.

Peres decidió esperar

En una entrevista difundida ayer por la televisión oficial israelí, Damti describió los últimos momentos de Rabin. Peres bajó primero del escenario donde había presidido el mitin pacifista con Rabin y preguntó al chófer del primer ministro si su jefe iba a tardar. "Vendrá en pocos minutos", respondió el conductor. Peres decidió esperar.En la sombra acechaba Amir. Esperaba para de un solo golpe liquidar a los dos líderes laboristas. Pero Rabin se entretuvo arriba. Cansado, Peres dijo:, "Me voy".

Damti vio entonces a Rabin bajar del brazo de su esposa, Lea. "Abrí la puerta para la señora, pero el primer ministro iba delante de ella. De repente, vi a mi derecha cómo alguien se acercaba pistola en mano. Comenzó a disparar. Gritó: "¡No es nada! No son balas de verdad!".

El conductor saltó a su asiento, mientras los guardaespaldas empujaban a Rabin al interior del automóvil. "¿Dónde le han herido?", preguntó. "En la espalda", respondió Rabin.

El Cadillac encontró un obstáculo. Era una barricada levantada para proteger la manifestación. El conductor gritó: "¡Abrir paso! ¡El primer ministro ha sido alcanzado!".

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