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El legado de Rabin

Fui amigo personal de Rabin en los años setenta. Era un hombre emotivo, obsesionado por el afán de ocultar sus emociones como muchos israelíes de su generación, creía que todos los sentimientos debían permanecer en la esfera de lo estrictamente privado. Solíamos discutir sobre esto. Rabin decía: "Si te apetece, me puedes contar lo que sientes y en lo que crees, pero, por favor, luego dime lo que piensas". En una o dos ocasiones llegó a decirme: "Creo que este negocio me pone un poco triste, pero más vale dedicarse a pensar qué se puede hacer".Nuestra amistad se desvaneció cuando critiqué públicamente su tibia postura sobre la invasión israelí de Líbano en 1982 (que yo consideraba un desastre, mientras Rabin se mostraba reticente a condenar). Nunca se molestó en coger el teléfono para decirme que se sentía dolido y enfadado por mi crítica pública; simplemente, me dio la espalda y respondió con un ataque impersonal a "esas palomas sentimentales".

Le vi pasar gradual y -sospecho- dolorosamente de tener una postura dura razonable a ser una paloma carente de sentimientos. Creo que este cambio tuvo lugar cuando, en su calidad de ministro de De fensa de la coalición de Unidad Nacional de Isaac Samir, a mediados y finales de los ochenta, tuvo la tarea de acabar con la Intifada palestina. Cuando en 1992 fue elegido primer ministro, adoptó la política de "paz ahora", e incluso parte de su retórica, para conducir a Israel hacia un compromiso histórico con los palestinos.

Sin embargo, nunca explicó públicamente qué le hizo cambiar; ni siquiera admitió jamás que hubiera cambiado. "Los sentimientos", me dijo hace muchos años, "corresponden a tu negociado; yo simplemente analizo la situación e intento sacar una conclusión sensata": ésa era su forma de expresar sus "sentimientos carentes de emoción".

Presumiblemente, eso es lo que hizo durante el conflicto palestino-israelí. Creó junto a Simón Peres una nueva condición cognitiva: el reconocimiento de la tragedia palestina y una política dirigida a convertir la única tierra patria de los israelíes y de los palestinos en una casa adosada en la que pudieran convivir Israel y Palestina, si no con amor mutuo, al menos con mutuo respeto y espíritu de buena vecindad.

Todo hombre que cambia es, con frecuencia, un traidor a los ojos de los que jamás pueden cambiar.

Puede resultar que el fanático que asesinó a Rabin acelere el proceso de paz al hacer que esa mayoría de israelíes favorables a la paz se empeñe aun mas en llevarla a término. El Likud, en la oposición, puede estar en contra de los términos del actual acuerdo palestino-israelí, pero está sinceramente comprometido con la democracia parlamentaria. y tan amenazado por los locos fanáticos disidentes como el resto de Israel.

El asesinato de Isaac: Rabin no ha sido sólo un intento de acabar con la paz: ha sido, ante todo y sobre todo, un ataque a la democracia israelí, a Israel como sociedad respetuosa de las leyes y a los más sagrados valores del judaísmo. Estos integristas ansían la lucha eterna contra los árabes, pero aún ansían más convertir Israel en una teocracia militante similar a la de Irán.

Simón Peres, primer ministro en funciones, ha sido el arquitecto de los acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina. Ahora tendrá que actuar rápidamente para, ilegalizar a esos grupos disidentes antipaz, antidemocracia, antisiglo XX, a la vez que exige a Arafat que sea igual de rápido en acabar con los grupos terroristas palestinos.

En Oriente Próximo, la batalla crucial a librar ya no es entre judíos y árabes, entre israelíes y palestinos. Es una batalla contra los fanáticos violentos de ambos bandos. Esos fanáticos que necesitan el conflicto árabe-israelí a fin de conservar lo que consideran -en ambos bandos- "su identidad". Que consideran que cuando ya no haya "malos" o "imperio del mal" no habrá nada que les haga sentir que son "los buenos" o "los defensores de Dios".

Es la hora de que israelíes y árabes rechacen el fanatismo. El caldo de cultivo para el fanatismo es la desesperanza, la desesperación y la desorientación. Un clima de esperanza y de valiente progreso hacia la paz haría venirse abajo el fanatismo. Bajo el liderazgo de Simón Peres, Israel va a ser aún más inexorable en su búsqueda de paz y de nuevas esperanzas de reconciliación. El mundo árabe también debería ser rápido en su respuesta, dando al pueblo israelí más razones aún para la esperanza.

Amos Oz, escritor e intelectual israelí, es autor de la Tercera condición, publicado por Seix Barral. Copryright Amos Oz, 1995.

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