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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Quebec, aún Canadá

QUEBEC SEGUIRÁ, por el momento, formando parte de la Federación canadiense, pero el resultado del referéndum del lunes, con apenas unas decenas de miles de votos en favor del federalismo, no deja de ser un éxito para el separatismo de la provincia francófona. Por ello, si numerosas voces se alzaban, razonablemente, diciendo que Quebec no puede estar permanentemente sometiendo a todo el Canadá al chantaje referendario cada cierto número de años, hay que suponer, contrariamente, que la historia de los referendos quebequeses está lejos de haber concluido.Quebec ya intentó en 1980 la experiencia de separarse con dulzura de la Federación que todavía integra. El referéndum convocado bajo el mandato del primer ministro federal, el quebequés Pierre Eliot Trudeau, arrojó un más que convincente 60-40. a favor de la unión. Entonces, la propuesta de separación se enfundaba en el guante de una denominada soberanía-asociación con Canadá, que la opinión interpretaba correctamente como, uno de los variados nombres de la independencia.

Ahora, el líder quebequés en el Parlamento de Ottawa, Lucien Bouchard -que ha llevado el peso de la campaña más y mejor que el líder separatista provincial, Jacques Parizeau-, doraba aún más la píldora, prometiendo, sin decir cómo, que la asunción de la soberanía no comportaría la pérdida del pasaporte canadiense, ni de su moneda, ni de la pertenencia al Tratado de Libre Cambio con Estados Unidos y México. Independencia, si, pero sin perder las ventajas del canadiense. Parizeau dimitió después de conocerse los resultados y atribuir la derrota a las minorías étnicas, en un argumento que raya en el racismo.

¿Qué ha cambiado en estos 15 años para que el resultado haya estado a punto de volcarse en favor de la separación? Las posiciones de los unionistas en el resto de Canadá, en su gran mayoría anglófonos, y de los quebequeses, en un 80% francófonos, habían llegado a su punto máximo de concesiones y exigencias. Por dos veces, en las reuniones de Lake Meech, en 1990 y Charlottetown, 1992, arreglos constitucionales que proponían la declaración de Quebec como sociedad diferente, pero dentro de Canadá, acabaron en fracaso. De un lado, porque a las provincias anglófonas les parecía demasiado el precio a pagar por retener a los quebequeses, y de otro, porque a buena parte de estos últimos las con cesiones no les saciaban su sed de otra cosa. Al mismo tiempo, la transformación del equilibrio mundial que deja a Occidente sin la coartada del enemigo sbviético parece que resta cohesión a colectividades, de presunta pero precaria solidez. Así se llegó al referéndum del lunes.

Lo seguro, en cualquier caso, es que ahora las autoridades federales no podrán decir que la aritmética del voto cierra la cuestión. Si se tiene, en cuenta que una buena mayoría del 20% de quebequeses que no tienen el francés como lengua materna -anglófonos en alta proporción- han votado contra la separación, veremos que cerca de un 60% de la población francófona ha optado por separarse. En este caso, los sufragios no sólo deben contarse, sino pesarse también.

Por todo ello, parece que sólo un arreglo constitucional aceptable para el Gobierno de Ottawa y para Quebec evitará a medio plazo otro referéndum en el que la balanza se incline definitivamente por la secesión. Temporalmente se detiene, por tanto, la marcha de Quebec hacia un complejo proyecto de separación-asóciación con el resto de Canadá, que venía a ser algo así como una nueva Unión Europea.

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