Los aventureros de la cultura
Decenas de madrileños acuden a los estrenos teatrales con asiduidad para conseguir entradas gratis
Son tan inherentes a los estrenos de teatro y danza de Madrid como las celebridades, la profesión y los nervios de los artistas: son los denominados estreneros, personajes que abordan a los invitados para pedirles la entrada del amigo que no ha ido, los que se quedan también con los tiques sobrantes, ésos que las caras conocidas han dejado en la taquilla sin avisar. Para ellos son el pasaporte al gozo cultural."A uno de ellos, un señor encantador, mayor, educadísimo, acabamos metiéndole en el corte de los estrenos [la lista de invitaciones que elabora el teatro para la primera función]", recuerda Teresa Vico, gerente del teatro Albéniz. Pero estreneros hay de todos tipos: señoras de pelo cano y aspecto humilde que rehúsan conversar pero hablan entre ellas por lo bajini; sindicalistas de Vallecas que se tienen estudiada a la taquillera, como Pedro, de 38 años, que mantiene que se pilla (entradas) siempre; profesoras de teatro en la treintena, actrices jóvenes, aspirantes a directores de teatro o estudiantes de Arte Dramático como Juan Carlos, de 21 años, a quien acompaña Félix, un bailarín canario de 26 años que gasta Melena. Todos ellos se congregaron este mes en el estreno de La isla de los esclavos, por el Piccolo Teatro de Milano, ante las puertas del teatro Albéniz.
Se rió
Félix no dudó en abordar a la ministra de Cultura, Carmen Alborch, para pedirle una entrada. "Se rió y dijo que no tenía para todos". En aquel estreno, casi ninguno se quedó en la calle, pero ya se habían apagado las luces del recibidor cuando el heterogéneo grupo cazó dos entradas que la gerente Vico tenía en la mano. Una escena recurrente en los grandes teatros de Madrid. En las salas alternativas ocurre algo distinto: "Son los amigos y familiares de los actores los que vienen al estreno e intentan entrar: '¿No me han dejado invitación', preguntan", dice Jesús Asensi, taquillero, actor y jefe de sala de la Cuarta Pared, "pero la compañía no deja invitaciones porque se quedan con un porcentaje de las ganancias de taquilla".
El sábado pasado, un grupo de mujeres maduras -las mismas que en el estreno del Albéniz- acechaban la taquilla del teatro de la Zarzuela. Dentro se preparaba la compañía de Maurice Béjart para salir. Pepa, con sus gafas gruesas y escasa estatura, su pelo cano, sus zapatillas azules, atendía el ir y venir. "No falla nunca", decía un espectador. Pepa es una secretaria jubilada, que viene desde la zona de Bilbao, acostumbrada a los espectáculos desde niña. "Soltera, a ver, con hombres es imposible", decía su amiga Carmen, la costurera.
Pepa asegura que mañana [por ayer] iría a ver Salomé, de Steven Berkoff, en el Albéniz (3.000 o 2.000 pesetas la entrada). "Pero pagando. Es que el dinero no llega para todo", decía. 'Tenemos el abono de Ibermúsica, y son 27.000 pesetas", apuntaba Carmen. Junto a ellas, el único hombre del grupito de 10: José Luis, un jubilado de banca del barrio de Salamanca, y su vecina, una mujer elegante, también de cabeza cana. "Vamos a la Filmoteca...", sigue José Luis. "Y a conferencias; nos conocemos de coincidir", añade Carmen, "desde luego, en el bingo no nos pillan".
"Creo que lo suyo es vicio cultural, no fallan y da gusto verlo", comentaba Pepe Pérez, coordinador de Prensa de Cultura de la Comunidad, "cuando mi acompañante no ha venido, siempre les doy la entrada que me sobra".
El sábado, el tiempo fue pasando junto a las taquillas de la Zarzuela. Las preguntas "¿le sobra una entrada?", arreciaron. Al apagarse las luces, todos se apresuraron a entrar. Empuñaban, con el gesto transfigurado, su anhelado salvoconducto
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