La costurera feliz
Carmen es una mujer madura que necesita oler las bambalinas casi a diario. Cose durante 12 horas al día, pero ni siquiera el tener que levantarse a las seis menos cuarto de la mañana es óbice para que esté como un clavo en los teatros para conseguir una entrada en el estreno. Así lo hace desde hace ocho o nueve años, y si puede, cuatro veces por semana, como ahora, en pleno Festival de Otoño. "Ayer estuve en el teatro por la tarde y por la noche y ahora acabo de venir de una conferencia en el Prado", decía el sábado en otro estreno.Pregunta con educación a los asiduos de los estrenos, a quienes conoce, si les sobra un ticket. Una vez conseguido su propósito -"generalmente no te falla", dice-, se sienta y, abrazada a su bolso, calla y mira, con una devoción cuasi religiosa: "No puedo estar trabajando una semana sin tener ningún tipo de actividad. Lo necesito". Y necesita también esos viajes anuales con su sobrina: Grecia, Holanda, Turquía. Cuando acaba la función desgrana comentarios de entendida y se despide hasta el próximo estrenó: "No vaya a perder el búho". Nadie, salvo su inquietud, la espera en casa.
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