Unanimidad y temor
La cuestión de si Felipe González encabezará por séptima vez consecutiva las listas del PSOE en las próximas elecciones generales viene suscitando dos deseos unánimes y contradictorios.Los del PP, en secretas rogativas, imploran al Cristo de Medinaceli que no se presente. Por el contrario, y con igual unanimidad, los distintos portavoces del PSOE expresan, al menos en público, el deseo de que sí lo haga.
Las unanimidades siempre son sospechosas, pero en este caso encierran un impulso común: el miedo. Miedo del PP, que no las tiene todas consigo y cuyo líder, según ellos mismos aseguran en privado, está lejos de poseer la sedicente virtud weberiana del carisma. Aznar, consciente y preocupado por esa carencia, cuida tanto su imagen, construye de tal forma su gesto, que por querer aparecer convencido resulta adusto y seco. Renuente a expresar sus ideas, deviene inexpresivo, y cuando critica, reñidor y gruñón. Buscando no herir a nadie, el PP puede llegar a las elecciones empantanado en la ambigüedad en la que ahora navega. La ambigüedad es hermana de la inseguridad, y ésta viene, a la hora de las urnas, acompañada del temor.
Más allá de algunos maquiavelismos de salón, propios del vuelo gallináceo (corto y picoteador), es bien cierto que la inmensa mayoría de los miembros del partido socialista desean que Felipe González vuelva a encabezar las listas. No entraré aquí a desgranar los que, a mi juicio, son ventajas e inconvenientes de una u otra posibilidad, pero sí expresaré una cuestión de fondo y dos propuestas formales. Formas que en la política, como en la vida, tienen tanta importancia como el fondo.
Ese tan acrecido deseo de que González se presente viene impulsado por varias causas, pero no es la menor la del miedo. Miedo al futuro y a tener que tomar, de verdad, decisiones. Ese temor puede estar avalado por encuestas ad hoc demostrando que la sola presencia de Felipe González asegura 30 diputados más.Conviene deshacer tal patraña "estadística", pues resulta imposible medir a priori con una mínima fiabilidad tales comparaciones. Dentro del PSOE, grupos y corrientes han demostrado su capacidad para la crítica y hasta el incordio hacia el líder, pero está por ver su potencia para construir un discurso político en ausencia de aquél. Ese es el miedo.
Felipe González dirige el PSOE desde 1974, y nadie que no esté cegado por el sectarismo o por el odio podrá negar los servicios prestados a su partido y al país. Lo menos que merece tal persona es el respeto de sus parciales a la hora de tomar una decisión que, cualquiera que sea, será personal y políticamente trascendente. Presionarle -a lo que se ve en una sola dirección y sentido, pero sería lo mismo si se hiciera en sentido contrario- es la peor formal moral y políticamente, de hacer frente al problema. Déjesele en paz y que él tome la decisión que crea conveniente.
Si Felipe González decide no encabezar las listas, el PSOE tendrá que elegir a otro candidato. Para tal eventualidad, los mentideros ya han decidido el quién y el cómo.
A juzgar por lo oído, la elección del nuevo candidato la haría la Comisión Ejecutiva, y el Comité Federal se limitaría a ratificar esa cooptación. Pues bien, nada impide que el candidato sea elegido por todos los afiliados mediante un modus operandi que evite un debate y una campaña electoral interna desaconsejable en estos momentos y a la vez legitime y, lo que resulta imprescindible, dé oportunidad de participar a todos.
A propuesta de la Comisión Ejecutiva, el Comité Federal debiera seleccionar a tres personas (no una terna en la que dos acompañan al ya elegido in péctore) y, pocos días después, todos los afiliados elegirían en urna y según su particular valoración, de entre esos tres, a quien finalmente encabezaría las listas.
Ni técnica, ni política, ni coyunturalmente, existe un solo argumento que pueda oponerse a esta propuesta. Se cruza ante ella el miedo. El miedo y el poder delegado de quienes pertenecemos a la Comisión Ejecutiva y al Comité Federal.
La oligarquización, que amenaza a todo grupo humano, es como la gripe. No hay forma de acabar con ella, pero es obligado combatirla cuando se presenta la ocasión.
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