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Miedo

El suceso de Arganda del Rey (aquel infeliz muchacho apaleado y pateado hasta ' la muerte) es bochornoso por su propia naturaleza. Es de los que impiden conciliar la razón para explicar de alguna manera las causas de semejante barbarie; es de los que provocan la desconfianza en el género humano; es de los que llenan de oprobio a quienes permanecieron cerca de lo acaecido aunque no tuvieran responsabilidad alguna, incluida la población misma donde se produjo el atroz homicidio; es de los que martillean las conciencias; es de los que producen sensación de culpabilidad a toda la ciudadanía.Y, sin embargo, unos cuantos censores se han proclamado la excepción. Fríos e incontaminados observadores de cuanto suceda en tomo, analistas de lo divinoy lo humano, espíritus puros, tronantes fiscales, espada justiciera, han acusado de insensibilidad, complicidad pasiva y cobardía a los cientos de personas que transitaban por allí y no acudieron en exilio del muchacho agredido.

Es evidente que no conocen el miedo. No quiere decir que sean valientes. Antes al contrario, son de una irritante intransigencia con los comportamientos humanos que, por su propia naturaleza, están llenos de contradicciones y condicionantes .Uno de ellos es el miedo. Cuando una turbamulta pierde el control sobre sus sentimientos y entra en estado salvaje,- lo que produce en toda persona normalmente constituida que presencie sus atropellos es, sobre todo, miedo Miedo por su integridad física; miedo a la incivilidad, miedo a que la violencia desatada cause daños irreparables; miedo a la destrucción y a la muerte.

"El miedo no justifica la pasividad" clamaba uno de esos fiscales tronantes el días después, a muchos kilómetros de distancia, bien arrellanado en la poltrona desde la que emite sus condenas. Porque usted, lo diga, se le. debió responder. Pues el miedo sí justifica muchas de las actitudes, pasivas o activas. Depende de qué miedo. Hay un miedo cerval, que es un miedo límite: el miedo incontrolado, inmuneal dominio de la razón. Los códigos penales de la mayoría de los países lo llaman miedo insuperable, y entienden que atenaza la inteligencia de las personas, modifica su comportamiento,, las paraliza la voluntad o las induce a cometer actos que repugnan a su personalidad y a sus convicciones. Por eso el miedo insuperable se consideran eximente en las causas de responsabilidad criminal.

Los cientos de personas que transitaban cerca de donde se producía la bestial agresión sin duda hubieran intentado evitarla de no temer que se convertirían en víctimas de la horda desalmada por el simple ello de contrariar su ferocidad. Y, además, sin resultado práctico alguno: en cuanto prendió la locura, el mal ya estaba hecho.

Uno quisiera saber, sin embargo, dónde estaban las fuerzas de orden público. Uno quisiera saber cómo es posible que permanezcan a su libre albedrío esas masas de muchachos que han determinado divertirse a la americana, reproduciendo la fiebre del sábado noche magnificada por las películas de Hollywood, y para lo cual necesitan, al parecer, ponerse de alcohol hasta la bandera. -

Uno quisiera saber el motivo de que los promotores de las campañas más diversas (desde el antirracismo hasta la defensa de la oveja, las hay para todos los gustos), con ellos los sociólogos y los educadores", los representantes de la voluntad popular y los poderes públicos, hayan hecho caso omiso ante el preocupante incremento de la violencia en ñumerosos lugares donde se reúne gente joven, las actitudes agresivas de buena parte de ellos, la profusión de algaradas, las amenazas y las palizas que, no salen en los periódicos, la tiranía que ejercen grupos de matones sobre los restantes muchachos de natural tranquilo, cuyo único propósito es pasar un rato agradable sin hacer, mal a nadie.

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De dónde viene esta barbarie que ha tomado carta de naturaleza, quisiera uno saber; quién la provoca o quien la alienta. Y quién la para. Principalmente, cuándo se va a parar. Porque del suceso de. Arganda del Rey ya nos hemos lamentado. Y no quedan fuerzas, ni moral, ni conciencia para soportar el dolor, el bochorno y el oprobio de otro suceso semejante.

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