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La reculá

Rosa Montero

La reculá es, en lenguaje sevillano, el pelotón de gente que, en las procesiones de Semana Santa, se agolpa delante de un paso y camina reverencialmente hacia atrás, sin apartar la mirada de, la Virgen de turno y dejándose los hígados en el estrujamiento. Pues bien: mi amiga y excelente periodista Inmaculada de la Cruz, que ahora anda cubriendo el Congreso para Radio Nacional, ha bautizado así, con estupendo ingenio, la fugaz comparecencia semanal de Felipe González.La cosa es como sigue: dado que nunca se sabe si, después de cumplir con los diputados, el presidente va a dignarse a hacer alguna declaración para la prensa, los periodistas le esperan a la salida del hemiciclo en un tumulto abigarrado de grabadoras, cámaras, micrófonos y focos. Y, cuando sale González, toda esa masa apelmazada de periodistas jadeantes va reculando por delante de él, como las aguas del mar Rojo abriéndose ante Moisés, pero justo al contrario, no el vacío y el paso expedito, sino un grumo de humanidad gimiente y ansiosa que va retrocediendo frente a él y que le implora el regalo de una palabra. Qué embriaguez de poder debe de sentirse. Tal vez sea imposible aguantar semejante tratamiento durante 13 años sin convertirse en monstruo.

Y ahora imaginen lo que debe de escocer apearse de ahí: del paso dorado y con claveles, del imponente trono procesional, de la reculá y la reverencia. Hay quien piensa que el empeño en eternizarse en el poder de Felipe González se debe a que teme acabar como su amigo Craxi, pero yo empiezo a sospechar que se trata de una perversión emocional, del terror a perder el dulce *veneno de la gloria, del desatino narcisista de creerse equiparable a la Virgen de la Macarena. Alguien debería decirle que, según todos los indicios, ya ha dejado de ser virginal en demasiadas cosas.

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