Una 'Novena' sin colesterol

Un juego de carambolas puso codo con codo en la jornada inaugural de Ibermúsica a dos de las agrupaciones musiciales más versátiles y admirables de Europa: la Philharmonia, que cumple este mes de octubre los 50 años de su primer concierto, y el Donostiarra, en vísperas de su centenario. Tilson, Thomas y la Phillarmonia se encontraron en Madrid cinco horas y media antes del concierto tras diez años sin trabajar juntos. Nadie lo diría. La orquesta siguió con precisión las indicaciones del director, desgranando nota a nota una Novena ligera de tempo y textura, muy bella de sonido, casi pastoral en su primer movimiento, juguetona en las combinaciones tímbricas del segundo y cantabile sin empalagamiento en el tercero. El optimismo prevalecía. Había, cómo decirlo, una necesidad festiva. Todo parecía indicar que el concepto de Tilson Thomas apuntaba hacia volcar toda la obra en función del movimiento final. Surgía la música desenfadada, espontánea y se añoraba una mayor tensión.El idilio sonoro pasó a segundo plano en cuanto apareció el Donostiarra. El coro vasco, magníficamente empastado, con un sentido de la afinación impecable y con una brillantez de emisión verdaderamente portentosa, respondió sin un fallo al frenesí rítmico, moviéndose con soltura, tal como la batuta le demandaba, entre el mezzoforte y el fortísimo. Deslumbró, claro, convirtiéndose en el gran triunfador de la noche, aunque no pudiese lucir muchas de sus mejores cualidades como su sutil virtuosismo en matices imperceptibles. Socio de base del Orfeón Donostiarra desde hace muchos años era Antonio Fernández-Cid, a quien el concierto estaba dedicado. Asistieron su viuda y sus hijas desde la última fila del arífiteatro con la sencillez que les catacteriza.