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Nuevos aires en el Banco Mundial

Victoria Carvajal

Hace sólo tres días, en una conferencia de prensa conjunta con las organizaciones no gubernamentales (ONG), sin precedentes en la historia del Banco Mundial, el nuevo presidente de la entidad, James Wolfensohn, no tuvo ningún reparo en reconocer el daño medioambiental causado por uno de los proyectos del Banco en la selva amazónica. Una confesión también insólita que muestra los nuevos aires que corren por el Banco Mundial desde que Wolfensohn asumió la presidencia hace cuatro meses.

Nacido en Australia en una familia de origen judío de clase media hace 61 años, Wolfensohn, ahora ciudadano estadounidense, dirigía hasta su nombramiento su propio banco de inversiones, uno de los más prestigiosos de Wall Street, tras ocupar puestos de responsabilidad en las firmas más conocidas de la industria. Polifacético, su impresionante curriculum muestra su dedicación a las causas medioambientales y a la difusión de la cultura -fue el principal promotor de la restauración del Carnegie Hall de Nueva York, en cuyo concierto de inauguración tocó él mismo el violonchelo-, además de estar directamente involucrado en el asesoramiento económico del proceso de paz en Oriente Medio. "He dejado una vida muy cómoda y de éxito por un trabajo duro y' agotador que, sin embargo, creo me da la oportunidad de cambiar algo el mundo", declaraba a un reducido grupo de periodistas, en su mayoría de países en desarrollo, en el almuerzo de clausura de la asamblea.

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Su llegada concede una esperanza a quienes han visto año tras año crecer la burocracia del Banco y repetirse los fracasos de algunos, proyectos financiados con unos recursos cada vez más escasos. En su discurso de apertura de la asamblea celebrada la semana pasada en Washington, Wolfensohn admitió que el banco ha cometido errores y que se ha burocratizado en exceso. Su ambicioso programa de reforma incluye, además de reducir la plantilla y descentralizar la gestión del Banco, seleccionar mejor los proyectos, contar con un consejo de inspección externo que vigile las inversiones y, sobre todo, conseguir que el capital privado se dirija a los países pobres que no tienen acceso a los mercados financieros. A nadie le cabe duda de que Wolfensohn, elegido para el puesto por su amigo personal el presidente Bill Clinton, está más que preparado para el cargo y tiene el firme propósito de cambiar la institución pese a los complejos problemas que hereda. El personal del Banco observa y espera, conscientes de que el cambio es inevitable pero temerosos de cómo afectará la revolucionaria visión de Wolfensohn a su futuro. Carismálico y temperamental, su empuje y meticulosidad a veces es malinterpretado por sus empleados, pero él cree que son precisamente los pequeños detalles los que alimentan la mala imagen del Banco.

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