Sexo, sadismo y cadáveres
La prensa sensacionalista convierte el juicio de Rosemary West, acusada de asesinar a 10 jóvenes, en un espectáculo
El circo ha comenzado. Calificado por la prensa sensacionalista británica como "el juicio del siglo", la Audiencia de la ciudad de Winchester -en otro tiempo famosa por su catedral- inició el pasado martes la vista contra Rosemary West, acusada junto a su fallecido esposo Frederick de haber matado a 10 muchachas -entre ellas su propia hija y una hijastra- en un plazo de 16 años. Un buen recambio informativo a O. J. Simpson.El juicio ha visto algo mermado su interés al faltar el principal encausado, Frederick West, un amable albañil que se ahorcó en la prisión, de Winson Green, el primer día de 1995. Aun así, el macabro relato de los crímenes y la anunciada presencia de varias testigos de la acusación que sufrieron supuestamente abusos sexuales: en el domicilio de los West y que han vivido para contarlo, suministrará abundante carnaza
La vida de los West, vista desde la distancia de los vecinos de la calle Cromwell, en Gloucester, era la de una anodina pareja de modestos recursos económicos, con ocho hijos. Nada muy diferente a la vida de los inquilinos de las demás casitas, de aspecto un tanto sórdido, que se levantan en una barriada sacudida el por el desempleo. Pero el número 25 de Cromwell Street encerraba una historia bien distinta, como lo demostró el hallazgo, en febrero del año pasado, del montón de restos humanos bajó los cimientos de la casa. Frederick West fue el principal objeto de la investigación, pero su muerte ha desplazado la atención hacia su segunda esposa.
Bajo su aspecto de amable matrona, Rosemary West, de 41 años, escondía "un ávido deseo de Sexo pervertido" que,, según el fiscal, la convirtió en "una voluntariosa compañera de asesinatos". Entre 1971 y 1987, la pareja acogió en su domicilio a decenas de chicas solitarias.
Rosemary se declaró inocente de todos los cargos. Sin embargo, la acusación trazó un perfil muy distinto, como cómplice "en el asesinato de 10 mujeres con. aterradora y depravada violencia". Chicas procedentes de familias rotas, sin raíces, sin lazos íntimos, se convirtieron en el codiciado objetivo de los West, para toda clase de orgías de sexo y violencia, según el relato del fiscal.
Las supuestas víctimas, eran recogidas por los West cuando hacían auto-stop o esperaban el autobús. Una vez en el número 25 de Cromwell Street la suerte estaba echada. La reconstrucción de las orgías que se desarrollaban en la casa ha sido posible gracias al relato aportado por algunas de las antiguas invitadas de los West, que lograron sobrevivir.
El caso conmocionó a la opinión pública británica cuando siguiendo una denuncia anónima la policía de Gloucester procedió a excavar el jardín y el sótano del domicilio de los West en febrero del año pasado. Uno tras otro fueron hallados los restos de nueve mujeres, entre los 8 y los 18 años, enterrados en diferentes partes de la casa, especialmente la bodega, el jardín y bajo el baño. Entre los cuerpos, todos .ellos decapitados y sin huesos, los forenses identificarían los restos de Chairmaine West, de apenas ocho años, hija de Fredérick West y su primera esposa Rena -cuyo cadáver sería localizado más tarde en otro antiguo domicilio de la pareja- primera supuesta víctima en la serie de macabros crímenes. Otro de los cuerpos identificados correspondía a Heather West, de 16 años, hija de Frederick y Rosemary, vista por última vez en 1987 y, supuestamente, el último eslabón en una terrorífica cadena de asesinatos.
Lo más sobrecogedor del suceso es la condición anónima, la falta de lazos familiares o afectivos de todas esas jóvenes cuya desaparición o no fue denunciada o lo, fue sin demasiado ahínco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.