Las carabinas
Alcancé el final de aquel especimen que fueron las acompañantes de jóvenes burguesas, a quienes acechaban, sin tregua, los peores pecados capitales; más bien, uno de ellos. El conocimiento de las inclinaciones naturales y la mayor desconfianza y temor ante sus consecuencias, llevaban a la custodia permanente, al estado de libertad vigilada de las señoritas y señoritingas de aquella candorosa e hipócrita sociedad. Creo que los padres y tutores conocían bastante bien el paño e intentaban alzar los mayores obstáculos posibles entre la frágil virtud de hijas o pupilas y la devastacion que originaban los siempre en vela carnales enemigos del alma.Procedían de lejos, de la declinada responsabilidad en amas, ayas, dueñas, con derivación hacia las trotonas, celestinas y pupileras. Que fueron personajes de dolido establecimiento secular lo proclama y eterniza la literatura, espejo, más o menos bruñido, de la vida misma. La perennidad de los nunca dormidos demonios lujuriosos, aconsejaba el estricto celo y previsión de las virtudes que no sabían serlo, por falta de información adecuada o por el triunfo de las pasiones desbocadas, arrastradas, despeñadas. Ellas eran la supuesta guardia pretoriana de la honra claudicante.
Personalmente -quizá por estar pasado de fecha- soy poco partidario de la genérica información sobre estos asuntos impartida en la escuela. Creo que hurta y despoja al individuo de la posibilidad intransitiva de descubrir el más dulce -y peligroso- secreto de la vida: el amor, la sensualidad, sin la cuartelera perífrasis del sexo, su descripción orgánica y confundiendo el tropo del bello y débil, fuerte y feo, por irreal que sea.
Supongo que el vocablo carabina indica y describe a una mujer, generalmente madura, poco agraciada e insatisfecha; puede que provenga de la sensación que la jovencita en custodia experimentaba con aquella carga indeseable pegada a su hombro. Otras solteronas, viudas prematuras o necesitadas, desempeñaron empleo parecido, aunque no el mismo: la miss, la fräulein, la mademoiselle, que tan de moda estuvieron en los entresiglos, Ejercían tareas pedagógicas e itinerantes, pero sin responsabilidad ni cauciones morales.
A poco espabilada que fuese la doncella guardada, convertía a la carabina en cómplice Brígida del pretendiente y de ella misma. El mejor destino de estas infructuosas féminas era vivir amores, amoríos y pasiones ajenas, que nunca llegaron a conmover sus infortunadas entrañas. Al tiempo, este rodrigón ibérico evaluaba una invisible cotización de la moza, un valor añadido a la esperada dote.
En las familias de más débiles recursos, la tarea solía desempeñarla un hermano menor -sobre todo en el mundo anglosajón y el americano-, dudosa garantía de la castidad y comedimiento fraternos. Era aún más fácil presa del soborno y la prevaricación, ante la generosa provisión de los fondos reservados del cortejador de turno. El fiduciario del honor familiar se convertía en la carabina de Ambrosio.
¿Han dejado de ser útiles las carabinas? En el supuesto de que alguna vez lo fueran -en absoluto demostrado-, no es menos cierto que este puesto de trabajo no ha sido reemplazado. Las adolescentes, en su amplia gama -y perdón por eludir la inclusión de los muchachos, cuyos problemas son muy otros-, se encuentran hoy con idénticos riesgos físicos y morales, multiplicados y conocidos por distintas causas, que a finales de la Edad Media, cuando Melibea se topa con Calixto, en su huerto tras el azor extraviado; o la apenas púber Julieta adivina lo que se trae entre manos el atractivo y apasionado Romeo. La verdad es que los amantes de Castilla y de Verona disfrutaron de lo lindo bajo el amparo de sus carabinas, aunque las exigencias del guión que se escribía en la época remediaran las delicias con un final infeliz.
(Entre los libros escolares de una chica francesa de 14 años, uno facilita detallada información acerca de la morfología de los órganos sexuales y la manera idónea de emplear el preservativo; útiles conocimientos, sin duda. Se echaba de menos la descripción de los síntomas del enamoramiento, qué hacer cuando ninguna otra cosa hay que darse y recibir, a ciegas. Dos años después, la atractiva muchacha va por su segundo embarazo no deseado, y consiguiente aborto, en lo que parece haber adquirido notable experiencia).
La madre Celestina, las trotaconventos fueron el malicioso antecedente de las inocuas carabinas, que nada impedían ni remediaban, y cuya presencia o cercanía amparaban la exploración fugaz, el beso furtivo, la entrecortada revelación de eso que es un ser, y no ser, fuego y nieve, latido incoherente, lúcido desmayo. De esto, ni el menor atisbo pedagógico. La carabina quizá fuera como el preservativo que no llegó a salir de su envoltorio.
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