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Reportaje:EL ASESINATO DE ANABEL

Historia de una silla

La tortura de la familia se alargó durante 900 cenas

Francisco Peregil

Todo lo que unos padres pueden hacer por la libertad de su hija lo han hecho los de Anabel Segura. Todo lo que los medios de comunicación pueden aceptar para cooperar contra un secuestro lo han aceptado en éste. Incluso mentir.La vida discurrió al margen de los Segura desde aquel día en que las piernas musculosas de Anabel desaparecieron dentro de una furgoneta blanca. Miguel Induráin ganaba carreras allende los Pirineos, a Mario Conde le intervenían Banesto, Luis Roldán desaparecía y volvía a aparecer dentro de una gabardina, las portadas de los periódicos se emponzoñaban de escándalos y el país se contagiaba de los gestos del Chiquito de la Calzada, alguien desconocido en la tele aquel 12 de abril en que la raptaron.

Pero allá por la urbanización de La Moraleja, a diez minutos de Madrid, rodeada de campos de golf, piscinas y Mercedes Benz, había una casa donde cada cena se convertía en un suplicio. Eso de sentarse el padre, la madre, y la hermana de Anabel, mirarse entre ellos y mirar de reojo la silla vacía, cada noche se soportaba peor. Durante las primeras semanas, Rafael Escuredo se ofrecía a dormir con la familia por si llamaban los secuestradores. Una voz había exigido 150 millones de pesetas y sólo Escuredo debía hablar con ellos. Dos veces acudió el abogado Escuredo con un maletín a un descampado, pero los criminales descubrieron la presencia de los agentes en ambas.

Y mientras tanto, las cenas. Durante el día, Sandra Segura, la hermana de Anabel, asistía al mismo instituto alemán donde estudió Anabel, el padre intentaba seguir dirigiendo la empresa de ingeniería donde trabajaba y la madre quedaba en casa. Pero por las noches, tocaba verse. Escuredo presenció durante muchos meses las cenas. "Sin querer", narraba el abogado, "las miradas se desviaban a la silla de Anabel y entonces se producía un silencio atroz". La madre callaba, y de vez en cuando, como hipnotizada, resurgía, se volvía hacia el abogado y le preguntaba: "Rafael, tú no nos dejas, ¿verdad?".

Durante los dos años y medio que ha durado la tortura psicológica, Escuredo ha permanecido como portavoz, pero al cabo de los meses, por la noche, la familia quedó a solas contra la silla.

De pronto, la casa se inundó de ilusiones. El 24 de marzo apareció liberada la farmacéutica de Olot Maria Ángels Feliu después de 492 días de secuestro. Iba a hacer un año que desapareció Anabel Segura. Mil habitantes de La Moraleja se lanzaron a la calle exigiendo la libertad de la chica, se tendieron pancartas y se prodigaron las apariciones de la familia en la tele. "Podemos estar ante un secuestro a la italiana: esos que consisten en mantener a alguien raptado durante varios años hasta que la familia se da por vencida", decía Escuredo por entonces.

Pero los Segura estaban entregados de antemano. Habían contratado incluso los servicios de empresas especializadas en el pago de rescates. Todo fluiría limpio, los delincuentes cobrarían su dinero en pesetas o en divisas, y liberarían a Anabel. Para eso había hipotecado la familia hasta el último mármol del chalé. "Pero al menos que nos den señales de vida se decía a sí mismo el abogado, "que sepamos que le ofrecen lo mínimo para un ser humano, que de vez en cuando le den unas bragas limpias, una pasta de dientes... ".

Nada. Veinticinco llamadas telefónicas de los raptores y un supuesto mensaje de Anabel fue todo lo que al cabo de un año permitía a la familia pensar que la bella estudiante de tercero de Empresariales seguía viva. En la cinta, que tuvo que recoger Escuredo en un apartado de Correos, la falsa voz de Anabel pedía a sus padres en tono angustioso que acabaran con esa situación insoportable. Corría el 24 de junio de 1993 cuando la familia recibió esa cinta. Para Anabel, la "situación insoportable" había acabado tres meses antes el 12 de abril a las nueve y media de la noche, horas después de que la raptaran. Los criminales acabaron con su vida. Ahora se trataba de chantajear a los padres y de torturarles hasta la extenuación con falsas esperanzas.

Hasta aquel mes de junio, los delincuentes llamaban a casa de Anabel y dejaban mensajes como éstos: "El portavoz de la familia? ( ... ) Su seguridad depende de usted ( ... ) No vamos a admitir ningún error más, ¿comprendido? Lleven el dlinero a la carretera Nacional III...". Esa comunicación, la última, se produjo el 28 de junio de 1994.

Cinco meses después, tras una entrega frustrada donde los torturadores descubrieron la presencia policial, los agentes decidieron difundir las voces por todos los medios de comunicación. La prensa y los ciudadanos cooperaron. Los periódicos publicaron versiones que dejaban entrever la ruptura entre la familia y la policía. Mentira. Jamás se originó tal enfrentamiento. Escuredo sabía que muchos agentes sacrificaban vacaciones y horas de sueño por la causa. Pero había que ofrecer confianza a los raptores.

Hubo muchas pistas falsas que era preciso investigar antes de desestimarlas, muchos presos que decían haber escuchado buenas informaciones sobre el secuestro y estaban dispuestos a revelarlas con tal de que les eximieran de sus condenas, muchas horas de trabajo inútil.

Se ofrecieron primero 15 millones y después 30 millones a quien diera una pista precisa. En las zonas aledañas a La Moraleja se decidió llevar un lazo amarillo para reclamar la libertad de Anabel, lo mismo que con el secuestrado de ETA Julio Iglesias Zamora se había lucido un lazo azul. La policía contrató expertos en hipnosis y sometió a este experimento al único testigo del rapto por ver si así recordaba la matrícula de la furgoneta. Investigó hasta a los amigos y familiares próximos a Anabel, sondeó a profesores, a viejos conocidos que hacía años que no hablaban con ella... todo para echarse al fin en brazos de la tele.

Fue el pasado 6 de abril, cuando iban a cumplirse dos años del secuestro. En el programa Quién sabe dónde se oyeron las voces de los dos hombres que habían hablado con Escuredo hasta el momento. Con esas voces y en esa fecha, la policía esbozó un perfil de los delincuentes bastante aproximado a la realidad: se trata, dijo entonces la policía, de dos hombres de unos 30 y 40 años. "El cabecilla es un hombre casado de unos 40 años, con un nivel intelectual medio, con trabajo estable. La segunda voz era muy vulgar y dificilmente reconocible". En uno de los mensajes, los criminales aseguraron: "Si no les hemos dado pruebas de Anabel es porque no queremos dar pistas a la policía. Comprenderán nuestra profesionalidad. Queremos el dinero y sola mente el dinero. La policía, que investigue".Y eso hizo. A raíz del programa de TVE llegó la pista clave. "Somos profesionales".

Como monumento a su profesionalidad, queda para siempre la silla vacía. Mañana se cumple la cena 902.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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