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Acoso a las medidas imperiales

Abrumados ante las presiones de Bruselas, los británicos deberán hacer la compra en kilos y litros a partir del próximo domingo

LOLA GALÁN, Los británicos han pedido más tiempo para afrontar los cambios, pero la directiva de Bruselas no admite dilación. A partir del domingo, no habrá galones de agua ni libras de carne en los supermercados y tiendas del Reino Unido. Las amas de casa se tropezarán con la desagradable sorpresa de que todo vale más en kilos -una medida que se obstina en pesar más del doble que la libra-, mientras intentan establecer penosamente la relación entre gramos y onzas. No sólo eso: almacenes o tiendas de decoración deberán decir adiós a la adorada yarda, a la pulgada y al pie, al vender sus productos. La suerte está echada.

La metrificación se impone. Pero no sin resistencia por parte de los defensores de las llamadas "medidas imperiales". Con la celeridad organizativa que caracteriza a la sociedad inglesa, un grupo de defensores de la "britaneidad" constituyó en diciembre pasado una asociación dispuesta a dar la batalla en Bruselas.

La Sociedad para la Preservación de las Medidas Imperiales ha encontrado ya el talón de Aquiles en la medida: la normativa incluye una multa del departamento de Industria británico de hasta 5.000 libras para el tendero que se resista a metrificar sus productos. "Es ilegal, puesto que tal penalización no se ha impuesto en ningún país europeo", dice Vivian Linacre, fundador de la asociación, que ha recibido centenares de cartas de apoyo e incluso cheques para que defienda tan imperial causa.

El Ministerio de Comercio e Industria ha alegado al respecto que ningún otro país europeo requería reconversión alguna, pero los defensores de la tradición han chequeado el continente en busca de medidas más o menos fósiles. Y algo han encontrado. Los alemanes fabrican todavía rifles de 303 pulgadas, dicen. Además, añaden, los fontaneros holandeses y los carpinteros suecos siguen fieles al pie y a la pulgada.

Para mayor abundamiento, un amable lector del tradicionalista Daily Telegraph ha encontrado otro ejemplo doblemente bochornoso para Europa. En la misma Bruselas, madre de los tormentos, los fontaneros manejan esas mismas medidas en sus instrumentos de trabajo.

Tal resistencia al cambio puede parecer exagerada, especialmente tras 20 años de complicado matrimonio con Europa. Pero, para un país que lo ha venido haciendo casi todo de otra forma -conducir, medir y pesar, no son una excepción-, cada paso en la aproximación contable al continente debe ser doloroso.

Abandonar la peculiar división de la libra esterlina para adaptarla al sistema decimal fue de por sí duro. Metrificar las tarifas de Correos (la orden se adoptó en 1975) tuvo su coste. Y los conductores se adaptaron a duras penas a llenar depósitos en litros, y no en galones, desde que a comienzos de los ochenta las gasolineras adoptaron por imperativo gubernamental la fórmula decimal.

Pero Bruselas, en su obstinada persecución de una Europa sin fronteras, reclama más de la idiosincrasia británica. El único consuelo para aquellos que sienten mermada la identidad nacional con la ofensiva metrificadora es que podrán seguir bebiendo pintas de cerveza en el pub y recibiendo a domicilio pintas de leche.

Y no sólo eso; las distancias se mantendrán en millas ante el brutal coste del cambio a kilómetros. Claro que a la Sociedad para la Preservación de las Medidas Imperiales esto no le basta. Ya lo ha dicho su fundador: "Hay que adoptar la resistencia pasiva. Lo que la gente tiene que hacer es ignorar la metrificación y seguir fiel al estilo imperial".

Los clientes ven estos días en las tiendas miles de folletos con tablas de conversión de sus medidas tradicionales al sistema métrico. "Soy británica y no me gusta nada este disparate europeo", dice Norah Bagnall mientras pesa unos tomates en un super londinense. Ya dice el tango Que veinte años no es nada.

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