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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro de Bosnia

ESTADOS UNIDOS tenía muy justifícadas prisas por conseguir un acuerdo en Nueva York entre croatas, serbios y bosnios, y es comprensible. Los procesos de paz son como las bicicletas: si se detienen, se caen. Y Bill Clinton, que hoy preside en Washington la ceremonia de la firma del acuerdo recién alcanzado por palestinos e israelíes, está interesado en demostrar, a un año de la elección presidencial norteamericana, que tiene una política exterior efectiva. Este acuerdo sobre Bosnia es bueno en sus principios: el país contará con organismos únicos -presidencia, parlamento y tribunal constitucional- y celebrará elecciones democráticas en todo su territorio bajo supervisión internacional. No se presta tributo al crimen y a la barbarie. Y al menos sobre el papel hace la gran apuesta de querer demostrar que defender la convivencia. multicultural abre la esperanza de las sociedades abiertas en los Balcanes. Reaviva la autodefensa del individuo frente a quienes le hacen peón de mensajes redentores o combatiente y criminal en la lucha del mito. Será difícil aplicar los principios enunciados. Pero el esfuerzo merece la pena. Europa se juega ahí la fe en sus principios.Para el Gobierno de Bosnia la conclusión del encuentro de Nueva York y las posteriores declaraciones de Clinton son un "éxito diplomático". Hay conceptos clave que difícilmente podrá el presidente norteamericano ignorar. El principal es el del mantenimiento de una Bosnia unida e n la que convivan sus diferentes comunidades en un marco democrático. Su realización desmentiría todos los argumentos de quienes comenzaron esta guerra de horror, la posibilidad de que todos sean ciudadanos y no soldados de una tribu. Pero, por el momento, se trata tan sólo de intenciones que muchos intentarán evitar. La celebración de elecciones democráticas en toda Bosnia es imposible ahora. No existe ni siquiera un alto el fuego y ni la guerra ni los caudillos de la misma, especialmente en Pale, las permitirían. Los militares de las diferentes comunidades exhortan a sus soldados a no bajar la guardia. Años de guerra y pasividad exterior han producido esta situación.

Aunque las armas callaran, el acuerdo deja pendientes problemas tan aparentemente insolubles como el regreso a sus hogares de los cientos de miles de civiles expulsados en las sucesivas operaciones de limpieza étnica. Las elecciones, según el ministro bosnio de Exteriores, Sacirbey, no podrán celebrarse hasta que "los desterrados vuelvan a_sus hogares". Tal cosa es hoy una ilusión. Por no hablar del reto del reparto del país en zonas. El acuerdo consagra la idea aprobada en Ginebra el pasado día 8 de una Bosnia única constituida por dos entidades, una croata-musulmana y otra serbia. Pero quedan por fijar los límites exactos de cada una. Éstos los está marcando desde un principio la guerra.

Otro problema está en la responsabilidad de los criminales de guerra. Sarajevo insiste en que las gentes de Bosnia no podrán acudir a las urnas mientras no sean conducidos ante el Tribunal de La Haya. Se refería al presidente de los serbobosnios, Karadzic, y al comandante de sus fuerzas armadas, Mladic.

El tono de las declaraciones en público de los líderes serbobosnios es ahora mucho menos arrogante que antes de la campaña de bombardeos aéreos de la OTAN. Karadzic dice desear una solución negociada. Emociona que lo diga el responsable de decenas de miles de muertos civiles e inocentes. Hipocresías de ese tipo no sorprenden ya. Lo único cierto hoy es que solo la firmeza occidental puede impedir que en Belgrado, Pale o cualquier otro sitio venzan ideas que ponen en peligro ya no sólo a aquellas atormentadas poblaciones, sino también a nuestras sociedades libres.

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