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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo obvio en Pekín

EL DOCUMENTO final de la Conferencia Mundial de la Mujer celebrada en Pekín proclama la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Que haya necesidad de proclamar lo obvio es el peor síntoma sobre la situación de la mujer en el mundo. De ahí que el balance de la cumbre pequinesa esté poblado de claroscuros. Es importante, con todo, que junto al reconocimiento de las tradiciones culturales se admita que éstas no pueden ser una eximente al acatamiento de la declaración de los derechos humanos, que amparan por igual a hombres y a mujeres.El Vaticano, el fundamentalismo islámico y sus países satélites han ido nuevamente de la mano en Pekín. El aborto, la sanidad sexual y, en el caso de los Estados islámicos, la igualdad de derechos ante la herencia han tropezado con el obstat de los citados Estados confesionales. El consenso de las 189 delegaciones gubernamentales participantes en la conferencia no ha ido más allá del reconocimiento genérico de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Un consenso, sin embargo, que al final ha sabido a poco ante el repentino e inesperado alud de reservas presentado por una treintena de países. La sorpresa mayor la ha dado el Estado del Vaticano, cuya delegación, tras apuntar su disposición a no objetar la referencia a los métodos anticonceptivos, regresó finalmente a su ortodoxia y no admitió ni siquiera el uso del preservativo masculino como prevención del sida.

El rigorismo moral del actual papado puede entenderse como orientación hacia su feligresia no muy unánime en este punto-, pero es del todo inaceptable que, acudiendo a su condición de Estado, el Vaticano quiera imponer su moral al resto de Gobiernos. Una táctica -la confusión entre su Liderazgo religioso y su papel como Estado- a la que ha recurrido reiteradamente en las últimas conferencias internacionales. La libertad sexual de la mujer no puede separarse, como pretende el Vaticano, de su libertad como persona. Hacerlo es otra castración tan dramática como las escandalosas ablaciones físicas que imponen determinadas culturas y que tanto preocupan a la Iglesia católica.

Algunos Estados islamistas, con Irán al frente han añadido al catálogo de reservas la de no admitir que la mujer tenga los mismos derechos hereditarios que el hombre. En este caso la perplejidad es todavía mayor, porque no hay ni tan siquiera unanimidad en la éxegesis del Corán en este punto. El argumento fundamentalista de que el impedimento hereditario no impone mayores penalidades a la mujer porque tampoco se le reclaman responsabilidades económicas sobre su familia demuestra que el apartamiento de ésta de los derechos hereditarios es únicamente un pálido reflejo de su marginación y ninguneo en estas sociedades.

A pesar de los pesares, la conferencia ha tenido sus rendimientos. Reconocer que la lucha contra el analfabetismo -que asuela con mayor dureza a la población femenina- es un instrumento de liberación, proponer que las violaciones en un conflicto bélico sean contempladas como crimen de guerra... son pasos importantes. El mismo hecho de su convocatoria ha supuesto una movilización importante -más de 180 Gobiernos y una masiva presencia de organizaciones no gubernamentales- y los debates, como mínimo, han situado a los países más refractarios en una incómoda confrontación.

Mañana no será para millones de mujeres un día mejor que ayer por el simple hecho de que se haya celebrado la conferencia, pero es de esperar que tanto esfuerzo no haya sido en balde.

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