La espalda
El pecho y la espalda viven en dimensiones diferentes lo mismo que la nuca y el rostro, o la puntera y los talones. La espalda acude a las fiestas del pecho porque no puede separarse del conjunto, pero no participa de su lógica. En los cócteles, si te fijas, mientras las corbatas de colores y las bocas pintadas se mienten sin parar, las espaldas mantienen entre sí una conversación discreta. No gesticulan, claro, ni se abrazan, porque los brazos están al servicio de la parte delantera de la realidad, pero se rozan con cuidado e intercambian mensajes. Las espaldas, si pudieran separarse del tronco, saldrían corriendo (hacia atrás, naturalmente, sobre los talones) y no volveríamos a verlas.Si eres diestro, habrás observado que tu mano derecha no para de hacer cosas, mientras que la izquierda colabora en tareas auxiliares o permanece ociosa en el interior del bolsillo. Sin embargo, es posible que nuestra mano izquierda tenga un lado derecho diligente, de manera que lo que percibimos como ocio constituya un modo de actividad cuyos fines ignoramos. La mano izquierda fuma, y mientras pasamos las hojas del libro con la derecha, ella sostiene el libro. Quizá sostenga también el universo. A lo mejor la mano izquierda está al servicio de la espalda sin que lo sepa la derecha.
Esto que lees ahora está en la espalda del periódico, cuya lógica poco tiene que ver con la parte de delante. Si pudiera, se separaría del conjunto: sabe que los espantos de la primera página son retóricos: colaboran a la perpetuación del horror que afirma detestar, como los movimientos de las bocas que en los cócteles se escandalizan del hambre en el mundo. Si uno pudiera, escribiría siempre en el envés, y con la mano izquierda. Además sólo publicaría a traición. Pero los ojos, que nos hacen tan ciegos, están enamorados de las bocas pintadas.
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