Fuego real contra todo bicho viviente
Hay un momento crítico que todo el que entra y sale de Sarajevo no olvida jamás. Especialmente si circula a toda velocidad en uno de los llamados burlonamente soft skin, o vehículos de chapa fina, como cualquiera de los que se aventuran en la selva de Madrid. No era así el del ministro de Exteriores español, Javier Solana, que pudo sentir por un instante, un brevísimo instante de miedo, lo que ha sido la vida diaria para los habitantes de Sarajevo en los últimos cuatro años. El coche de Solana estaba blindado y, en buena medida, a salvo de las ráfagas que a menudo ensangrientan a los que se aventuran en esa pequeña ruta infernal. Porque a bordo de un vehículo sin blindaje uno puede experimentar el riesgo de morir mientras mira al frente y acelera esperando ver los primeros edificios de Sarajevo.Es apenas un trayecto de seis interminables kilómetros entre las alambradas de espino y los sacos terreros que protegen el aeropuerto de la capital bosnia y los edificios de Alipásno Polje, barrio limítrofe de Sarajevo donde se levanta la martirizada torre de Oslobodenje, el diario que contra viento y marea ha resistido el asedio, y donde se alza el PTT, la antigua central de Correos, sede de las tropas de Naciones Unidas en Sarajevo, también agazapada tras un caparazón de sacos terreros y alambre de espino.
Inmejorables vistas
Quien se desliza por esa ruta puede disfrutar de inmejorables vistas sobre lo que han sido los implacables cuatro años de asedio sufridos por la capital de un Estado reconocido por la ONU. Un panorama desolador es el que exhibe el modélico barrio de Dobrinja, la antigua villa olímpica, la línea de frente donde se han librado encarnizados combates y donde la artillería serbia ha dejado una imborrable costra sobre todas y cada una de las casas. En cada ventana, en cada dintel, en cada tejado están las muescas de las balas y la metralla. Un paisaje del fin de los tiempos, la cara sucia de una ciudad que, frente a la indiferencia de políticos como Solana, que insisten en querer sentar a la misma mesa a las víctimas y a los verdugos, ha mantenido viva la bandera de la convivencia étnica.
Todo el que se aventura por esa ruta sabe que puede ser objeto de tiroteos: balas que proceden de las líneas serbias o de las trincheras bosnias, fuego cruzado que en muchas ocasiones se ha encontrado en su camino con la carne blanda de civiles, periodistas o soldados. Una entrada idónea para sentir en la propia piel lo que los habitantes de Sarajevo: piezas de caza para francotiradores emboscados.
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