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Ayer, hoy y ¿mañana?

Vaya ambientaZo en Puerto Banús, y eso que era noche de entre semana. Estaba yo sentada al pilón, o más correcto sería decir en el pilón, que eran ya las tantas de la madrugada y no tenía una el cuerpo para excesos, y me sentía como si el tiempo no hubiera pasado, lo cual es una sensación entre Orlando y el conde Drácula difícilmente descriptible. Detrás de mí, en las procelosas e irisadas aguas marinas, se encontraba el Chamal, un yatazo con bandera de Jersey y 57 metros de eslora -que parece que es muchísimo; la verdad es que yo, los yates, los mido comparándolos con los camiones con tráiler- y 10 de manga, en cuyo interior se encontraba Carmen Martínez Bordiú, antes señora de Rossi, antes duquesa de Cádiz, antes nieta predilecta de Franco, con su actual novio, el arquitecto italiano Roberto Federici, futuro experto en Porcelanosa. Y me hacía yo la ilusión, mientras la brisa me traía los efluvios algo cloaqueros de los desagües, de que, mezclada con los ruidos de la noche, la música, los grititos de las chicas, el rugido de los jaguares y los mercedes y el tintineo de los cubitos de hielo; mezclada con todo eso, decía, me llegaba la vocecita de aquella niña que, en El Pardo, hablaba para el No-Do, contemplada con ternura por el General (ísimo), creo que en una ocasión señalada como la Navidad o el día de Reyes, diciendo más o menos: "Mando un saludo a todos los niños del mundo y me gustaría que todos los niños del mundo incluso los pobres tuvieran juguetes". Este párrafo sublime de la caridad entendida por Auxilio Social, fue utilizado con mucha guasa para una de sus canciones por el grupo británico Stranglers, y ahora mismo yo no sabía si les estaba oyendo a ellos, a ella o a mí.A esta entrañable sensación de tiempo detenido en el momento histórico más inoportuno contribuían otras presencias detectables en el puerto. Con cara de malas pulgas cenaban Lolita y Carmen Ordóñez en un chino barato -les dije que la economía va mal-, y en sus locales hacía el ganso Espartaco Santoni. Este reconocido intelectual, aprovechando la oleada cultural que últimamente sacude Marbella, se ha instalado aquí y se ha hecho ya, entre pitos y flautas, con siete chiringuitos y el cargo de director del puerto deportivo de Marbella -Puerto Santoni,- lo llaman algunos-, que le ha concedido graciosamente La Cosa para que le ayude a obtener el refinado toque Oxford que redondeará el asunto. Abrazada al pilón asistí a la lección magistral de bucanerismo, con acompañamiento de timbales, que Espartaco, con el inevitable atuendo de pirata que le sirve para camuflar la calvicie, ofreció para deleite del público -gente joven de esa que parece viajar por abducción, de pie y con un vaso en la mano, de un bar a otro, de una ciudad a otra- e inmortalización consiguiente en alguna foto.

Seguía sentada de espaldas al Carmenyate ocasional -lo ha alquilado a unos amigos, según cuentan-, cuando un colega se acercó para darme noticias que acabaron de arreglarme la noche: en el mismo hotel en donde se encuentran los Cela -que sólo salen para ir a fiestorras particulares en casa de Cortina y otros financieros de Madrid- está nada menos que Serrano Suñer, el cuñadísimo del -seguimos en ayer- abuelito de Carmen Martínez Bordiú, y artífice / testigo del famoso encuentro de Franco y Hitler en Hendaya. Lo que no me dijo es en qué nivel de embalsamamiento lo tienen.

A todo esto, no dejaban de pasar saudíes y kuwaitíes flanqueados de guardaespaldas -material masculino que le da a una ganas de seguir un curso de lesbiana por correspondencia-, seguidos por esposas entretenidas en mirar tiendas y esconderse el pelo bajo el pañuelo, Seguidas a su vez por sirvientas sudanesas a las que no sigue nadie. Y así estaba cuando un perfume embriagador, a dinero y salud, se desprendió de un Rolls color bronce que avanzó lenta y majestuosamente por el puerto. Era un clónico de Emilio Ybarra, el banquero.

Al fin, la modernidad. Podía irme a dormir tranquila.

Cómo pasar una noche en el túnel del tiempo y volver a la realidad gracias a un Rolls-Royce

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