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El peor enemigo de Martha

Martha Argerich recibió sus primeras lecciones de piano a los cinco años y a los ocho dio su primer concierto en público. Pero a Argerich no le gustaba tocar el piano. No le gustaba que su familia, y en especial su madre, la forzara a ser una niña pianista. De pequeña se ponía papel secante mojado en los zapatos porque alguien le había dicho que ello provocaba fiebre. Así pensaba que se libraría de tocar.Jamás ha entendido a los músicos que se pasan la vida haciendo música y hablando de música. Para ella, el hecho de que la hubieran forzado a estudiar piano le causó tal trauma que tras ganar, a los 16 años, los concursos de piano de Bolzano (Italia) y Ginebra se sumió en un agujero negro.

Estudió en Viena con Friedrich Gulda y llegaba a las clases sin haber estudiano nada. Gulda la provocaba, pero ella estaba en otra órbita. Le dio por la vena misticorreligiosa y tras pasarse, en 1963, un año en Nueva York dedicada únicamente a mirar la televisión fue a Bruselas, forzada de nuevo por su madre, a ver al pedagogo Stefan Askenase. Él y su esposa la ayudaron a salir de la crisis y en 1965 ganó el concurso Chopin de Varsovia, que le valió el reconocimiento mundial y su consagración definitiva.

Pero Martha Argerich sigue siendo el peor enemigo de Martha Argerich. En un escenario trata a las partituras de tú a tú. Fuera del escenario su aparente seguridad desaparece y su intransigencia con ella misma la delata como una mujer atormentada.

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