Lección a la portuguesa
Cinco rejoneadores españoles de cotización modesta, a los que acompañaba en el cartel el portugués Antonio Ribeiro Telles, máxima figura en la tierra del rejoneo por excelencia, compitieron teóricamente en busca del éxito venteño que contribuya a sacarles de su actual condición de segadores sin excesiva cota de pegujal cosechero.Con el escenario de la Monumental madrileña convertido en una brasa de candente plomo, la actuación de los españoles tampoco fue más allá de una aplomada grisura, salvo algunos atisbos de buen toreo. De esa buena lidia que gusta hasta a los aficionados fetén del toreo a pie, que ayer estaban ausentes y habían sido sustituidos por un público festivo y facilongo, compuesto tanto de nacionales como de la mayoritaria turistada.
Ortigao / Seis rejoneadores
Cinto toros de Ortigao Costa (uno rechazado en el reconocimiento) y 5º de Alcurrucén, desmochados para rejoneo y que dieron juego.Luis Miguel Arranz: rejón desprendido atravesado y rejón trasero. Pie a tierra: descabello (ovación). Antonio Ribeiro: dos rejones atravesados que asoman, pinchazo y rejón contrario (silencio). Sebastián Zambrano: pinchazo y rejón desprendido (vuelta). César de la Fuente: rejón trasero bajo (ovación). José Andrés Montero: rejón desprendido, pinchazo y rejón trasero (vuelta por su cuenta). Miguel García: rejón atravesado contrario (oreja). Plaza de Las Ventas, 13 de agosto. Un tercio de entrada.
Encefalograma plano
Si con este tipo de cotarro, únicamente lucraron una oreja frente a toros en este caso bimochos y excesivamente afeitados, ello habla del carácter de encefalograma plano que tuvo el evento, con algunas sierras de máximo interés. Los tres o cuatro aficionados esturreados por el graderío de la Monumental disfrutaban de lo lindo y estremecieron sus fibras sensibles con Antonio Ribeiro Telles, cuya perfección y pureza no caló sin embargo en demasía en el resto de la parroquia. El de Coruche, que estuvo en la línea característica de los caballeros portugueses, se olvidó de argucias y trapisondas para ir a buscar el aplauso, y toreó. Así de sencillo. Así de difícil.Toreó con exquisita suavidad, sin trotar ni galopar ni un solo instante, y todo revestido del prodigio del temple para correr, prender el celo de su mansote enemigo y embarcarlo en sus cabalgaduras a guisa de muleta. Siempre clavando y reuniendo al estribo, mientras sus compañeros de cartel clavaban muchas veces con los alivios de la grupa pasada, algo así como el pico de la flámula en el toreo a pie. El lusitano incluso se permitió el lujo de tocar el violín, con la suerte del mismo nombre y otorgándole todas las ventajas al toro. En definitiva, derrochó ortodoxia y clasicismo, con máximos arcanos respecto a terrenos, distancias y querencias.
Sin embargo, estuvo zopenco a la hora de matar, con lo cual engorrinó en parte su torera labor, porque los rejones hicieron fea guardia en el pobre animal. Le siguió en méritos táuricos, aunque le antecedió en el orden de lidia, el veterano Luis Miguel Arranz, que fue de más a menos dentro de su medida y seriedad, con especial fundamento en las banderillas a dos manos.
El jovencísimo Miguel García, igualmente con mezcolanza de momentos de fulgor, pocos y en banderillas cortas, y otros de espectacularidad, se llevó el único trofeo ayudado por los adornos dé su caballo cuando el toro ya había caído. Sebastián Zambrano igualmente apostó por la espectacularidad y ortodoxia, como César De la Fuente, entre animoso y vulgarote, y José Andrés Montero, que brilló más cuando dio fiesta a su barbeante bimocho en los terrenos que éste quiso, junto a las tablas,
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