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Entrevista:

"Un blanquito no puede meter la pata"

Un día traspasó la farmacia que tenía en Madrid desde hacía 25 años y dio el paso. "Alguna vez tienes que hacer lo que siempre has querido", dice Cristina Bustinduy, de 48 años, madrileña, miembro de Farmacéuticos Mundi. "Siempre había sido mucho de viajar con mochila, pero irme como cooperante de a pie a Nyongesi fue decisivo". De hecho, ahora Cristina está de nuevo en esa zona de Zaire, en las inmediaciones de Bukavu. "Ahora he aprendido que ser blanquito es ir de modelo, y por eso hay que hacer las cosas bien y meter la pata lo menos posible", dice.En Nyangesi, junto al río Mukubio, al pie de la cordillera Mitumba, se improvisó un campo de refugiados ruandeses, 35.000 almas. La intendencia corría a cargo de la ONG irlandesa Goal, y Medicus Mundi, Farmacéuticos Mundi y Bomberos de Navarra realizaron allí un programa conjunto de octubre de 1994 a abril de 1995: la instalación de una planta potabilizadora. "Logramos dar 200.000 litros de agua al día", dice Cristina Bustinduy. "Es mucha agua. Pero la necesitan: hay que ver cómo lava esa gente. La tarea nuestra era vigilar la calidad sanitaria del agua, combatir con cloro la presencia de fecales. Contamos con la colaboración de un químico ruandés que vivía en el campo, y los bomberos adiestraron a dos zaireños para el mantenimiento". Ahora las cosas ya funcionan solas: el Gobierno zaireño ha construido conducciones y el agua llega limpia de las montañas.

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Trifulcas

Al no ser un campo grande, Nyangesi permitía a los cooperantes -una decena- vivir en el recinto. "Allí todo son tiendas, no ves un ladrillo, y lo único que señalaba nuestra zona eran unos plásticos", recuerda Cristina. No se veían militares zaireños. Pero de vez en cuando había trifulcas, sobre todo cuando llegaba alguna noticia inquietante de Bujumbura, la capital de Burundi, donde los problemas entre tutsis y hutus son similares -aunque de momento menos trágicos- que los padecidos en Ruanda. "Tuvimos que desalojar tres veces. Nos íbamos una noche a Bukavu, y nos venían a buscar cuando podíamos volver".Pese a esos sobresaltos, Cristina habla de la vida en Nyangesi con la nostalgia característica de todo el que se ha sumergido en la cotidianeidad de África. "Es inevitable ir de blanquito, ese síndrome de Indiana Jones. Llevas tecnología y dinero, y cuanto haces es imitado. De ahí tu responsabilidad. Pero las patas que metes, o la diarrea que te da, o lo mal que lo pasas, todo eso se te olvida. Y es porque, aparte del trabajo, tienes un gran contacto con la gente".

Cristina recuerda con especial cariño a las mujeres. "El hombre africano no me interesa, va a lo suyo, en plan tiranuelo. En cambio las mujeres hablan y hablan. Están machacadas por el exceso de trabajo, de hijos, tienen que ocuparse de todo. Pero contactan muy fuerte contigo. A mí me siguen mandando cartas, por supuesto no por correo, sino a manos de alguien que viaje".

Y los niños, En todas partes, innumerables. "Por supuesto que una educación sanitaria y sexual podrá jugar un papel decisivo", dice Cristina. "Pero, de momento, el problema es la subsistencia y, desde luego, utilizar el periodo de lactancia como método de control de natalidad. En esas circunstancias, no se puede enviar allí leche maternizada porque, una vez que se haya agotado el envío, los críos se quedan sin leche y la madre puede ya estar embarazada del siguiente: para colmo, por concepto cultural, la leche de una embarazada ya es impura. De tal modo que parece bienintencionado, la leche maternizada, puede agravar las cosas. Es lo mismo que suministrarles antibióticos de tercera generación, que proporcionan una enorme resistencia y alargan la esperanza de vida en zonas donde no se puede garantizar mantener ese suministro". La zona de Nyangesi está especialmente golpeada por la malaria, las diarreas o por supuesto el sida: "También allí es una enfermedad de la que no se habla".

Cristina cree que la ayuda al Tercer Mundo debe centrarle en el dinero más que en el envío precipitado de productos. "Si el dinero está bien controlado dice, "puedes emplearlo en lo que los interesados pidan. No debes reunir abrigos si el destino es Ruanda, o mandar suturas y no mandar agujas y que luego te encuentres, como yo he visto a las monjas en Zaire, con tener que coser las operaciones con hilo. Es increíble la cantidad de material que se tira en lo hospitales del mundo rico porque ya no está esterilizado: mucho se podría aprovechar, sabiendo que al menos está limpio".

Envíos en aumento

Farmacéuticos Mundi, con cuatro años de existencia, es una organización de absolutos voluntarios, en la que colaboran también objetores. "Antes hacíamos unos 30 envíos al año, y ahora 150", señala Cristina. "En 1995 llevamos enviadas 10 toneladas de medicamentos. Nos ayudan compañías aéreas como Iberia o Thai. Trabajamos sobre todo con Iberoamérica, pero también con Guinea, donde con simples sales y agua luchamos ahora contra un gran brote de diarrea que hace estragos en los niños. Irak no pudo recientemente recibir nitroglicerina para el corazón, porque el bloqueo lo considera producto cuasimilitar: la población paga el pato. Hacemos envíos a Mozambique, Zaire, Burundi, Mafi, Senegal, Nepal o India. En Ruanda vamos a montar una fábrica de productos farmacéuticos elernentales".Cristina está de nuevo en Bukavu, en un programa de coordinación farmacéutica de los campos que Cáritas tiene en la zona, realizado por Medicus Mundi. "Un cooperante tiene abierta la posibilidad de colaborar con otras ONG. Las ONG no deben ser compartimentos estancos. Lo importante es que el voluntario esté preparado profesionalmente. ¡Hay tanto por hacer, y tan apasionante!".

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