Ñus y cocodrilos
Hace unos meses se estrenó en Canal + un extraordinario documental titulado Las mareas de Kirawira,donde se podía asistir a un espectáculo curioso. A una charca acudían unos ñus sedientos en plena época de sequía.- Mientras saciaban sus necesidades más básicas, de repente e, surgido del fondo de la charca, aparecía un descomunal cocodrilo que enganchaba del cuello al distraído animal y en un par de segundos lo tenía bajo el agua más muerto que vivo."El resto de la manada, asustada, ponía pezuñas en polvorosa y se concentraba a unos cuantos metros de distancia de la charca.Hasta ahí no pasaba de ser una escena de vida salvaje, muy visual y estremecedora, pero poco más. Ahora bien, lo sorprendente era que en menos de lo que canta un gallo,los ñus volvían al mismo lugar, ajenos a lo ocurrido pocos segundos antes. Y claro, los cocodrilos encantados, zampando ñus sin parar hasta hartarse. La explicación era evidente. Los ñus no tienen casi memoria, y al poco tiempo de salir corriendo asustados ya se les había olvidado que la charca está infectada de cocodrilos, y sólo velan agua donde beber.
Con el sol dando de plano, el bañador lleno de arena y habiendo dado cuenta ya del tradicional y playero bocata de tortilla con el feroz apetito que da el aire del mar, he llegado a la conclusión (certeza, quizá, pero igual pecaría de soberbio) de que la estampa le viene como anillo al dedo a nuestra ciudad. Madrid es la charca. Una charca en mitad del desierto, un lugar hasta cierto punto inhóspito, pero donde las posibilidades de sobrevivir son mayores en este final de siglo tan adverso para otras formas de vida más rurales. Nosotros somos los ñus. Vivimos con la esperanza de resolver nuestros dilemas, nos acercamos y disfrutamos confiados de las ventajas de la gran ciudad, en las posibilidades que nos ofrece, en esa apariencia acogedora y tranquila. Creemos por tradición en la leyenda labrada a lo largo de los años de que Madrid es tierra de todos y de nadie.
Pero la charca madrileña está llena de cocodrilos. Cada día son más. Cocodrilos de todas las formas y colores. Nos esperan, se aprovechan de nuestras buenas intenciones y sacan ventaja de nuestras inclina ciones menos solidarias. De vez en cuando se rapan la cabeza, otras colapsan el tráfico, siempre suelen re pudiar a seres humanos de otras razas y condiciones. Lo mismo llevan teléfonos portátiles que papelinas de caballo.Sus capacidades de transformación son incluso superiores a las del camaleón. Por poder, pueden hasta disfrazarse de agentes de la ley y el orden o de representantes de los mismísimos ciudadanos. Los ñus salimos despavoridos cada vez que el cocodrilo se cobra una nueva víctima. Despotricamos contra la ciudad y sus peligros, estamos hartos de los cocodrilos que nos amargan la existencia. No debe sorprender que incluso algún ñu recuerde y llegue a recomendar épocas pasadas, donde a su entender, por no haber, no había ni sequía. Pero como a este nostálgico se le han olvidado tremendas miserias colectivas, a los demás se nos pasa. rápidamente la necesidad de limpiar a fondo la charca.Al poco rato volvemos sumisos y archivamos lo ocurrido. Aceptamos como lógico e inevitable que en una charca tan atractiva como Madrid surjan peligrosos animales. Es el precio que hay que pagar, opinan algunos. Pero no nos damos cuenta de que la charca es la misma, la manada de ñus se ha estabilizado y el número de cocodrilos aumenta sin parar.Y lo harán mientras nuestras reacciones no vayan más allá que salir corriendo para, más tarde o más temprano, re tomar desmemoriados. Escribo desde un. lugar don de los Cocodrilos han conseguido aterrorizar a los de más animales, hasta lograr por momentos que cuestiones tan básicas como la libertad de expresión re presentada por un lazo azul sea contestada por la cobardía de la violencia.
Nota explicativa. Pocos sitios, salvo el cuarto de baño, resultan más sugerentes a la hora de la reflexión (profunda o ligera, depende del día) que una playa. Incluso soportando gritos de ¡Vanessa, agarra a Jessica que nos vamos!, interminables partidos de pala con su irritante "poc, poc" peleas de niños malcriados, radios a todo volumen y otros avatares, la sola visión del mar abierto produce un efecto cerebral llamado "transposición del intelecto" y que tiene su más frecuente manifestación en una constante hilación de razonamientos que, por muy peregrinos que sean, le dejan a uno como muy convencido de sus capacidades reflexivas. Para que luego digan que el veraneo es tiempo de paz, tranquilidad y reposo, donde no sólo el cuerpo sino también la mente descansan. Mañana me quedo en el hotel, viendo películas de vídeo. Donde no salgan ñus y mucho menos cocodrilos.
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