Osadía carterista
Madrid es, desde hace varios anos, una ciudad que concede masters a los carteristas.. Éstos alcanzan un alto grado de profesionalidad. Es una delincuencia localizada, pero que afecta a mucha gente, en su mayoría turistas. Los escenarios son diversos: autobuses de la EMT (números 21, 27, 52 y Circular), el Metro (línea 1, estaciones desde Atocha a Gran Vía) y la esquina de Princesa con Alberto Aguilera. Lleva años siendo así. A la policía no parece preocuparle (en el Rastro dedican toda la mañana del domingo a revisar los permisos de los vendedores, a los que conocen desde hace años, mientras los carteristas están a lo suyo, tan tranquilos).A los guardas jurados tampoco parece que les afecte. mucho (en la estación de Sol están a menudo en el gran vestíbulo central para defender a Tabacalera de los vendedores ilegales). De los empleados de la EMT y el Metro mejor ni hablar.
Nadie toma medidas. El Metro no impide la entrada a estos sujetos, que son siempre los mismos y no más de una docena. No se colocan pasquines avisando de los robos en varios idiomas. No se hace un seguimiento de las denuncias que generan estos robos. Y nadie se molesta porque en el fondo afecta a colectivos ya discriminados: personas mayores (una vez vi a un anciano cruzando a trompicones el paseo del Prado, con gran peligro, tras un tironero que ya desaparecía por las calles de enfrente del museo), mujeres (el otro día, dos mujeres atribuladas ante la frescura de las carteristas en Princesa.Esta vez sí apareció la policía), turistas (estación, de Atocha,, a las 9.30, una familia de japoneses insultando en su idioma a alguien que había intentado aligerarles la cartera), fflinusválidos (secuencia de Berlanga: autobús 2 1, media tarde, un impedido es asaltado cuando se va a bajar en su parada. El tullido, se da cuenta y ahuyenta a gritos y bastonazos al descuidero).
Pero lo de hoy ha sido bochornoso; aunque la secuencia podría ser perfectamente de Bresson: estación de Sol, 21.30, una chica con un perro y un niño corriendo por los andenes en busca de un carterista que acaba de desvalijar a su acompañante. Al mismo tiempo, yo espero mi tren en un andén. Aparecen tres sujetos y clavan sus miradas en una pareja de turistas. Llega el tren. La gente se arremolina mientras se abren las puertas. Los turistas, despistados, tropiezan al entrar en el vagón con uno de estos sujetos que está como buscando algo por el suelo. Otro, al tiempo y por la espalda, le sustrae la cartera del bolsillo de atrás del pantalón. El tercero se queda en el andén mientras el tren arranca. La representación ha terminado. El turista sin cartera sólo habla inglés. No entiende nada y nadie le va a ayudar a entenderlo.
Este país continúa siendo diferente
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.