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Hiroshima y la ilusión de una guerra indolora

La Segunda Guerra Mundial nos es tan lejana como la guerra de Cuba lo era para los hombres que, hace'50 años, celebraron la victoria en el Pacífico. No obstante, lo que nos separa de 1945 no es tanto el tiempo como el poder. Estados Unidos era entonces un país poderoso, pero no tanto como para derrotar a Japón sin una lucha terrible. Los rusos hicieron posible la victoria en Europa. Pero en 1945 Estados Unidos consiguió la bomba, lo que dio a su poder otra dimensión.Era una quinta dimensión: tanto una ilusión como una realidad de poder. El poder real sólo se ejerció una vez: el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima. La ilusión ha convertido a Estados Unidos en un país diferente. Los debates mantenidos este año sobre el final de la guerra y el uso de la bomba atómica adolecen no sólo de juicios morales retroactivos y de una proyección al pasado de cuestiones políticas actuales, sino también de esa pantalla de ilusión que nos separa de lo que era Estados Unidos en 1945.

Ese año pocos estadounidenses sintieron remordimientos por lanzar la bomba sobre, Hiroshima. La barrera moral se había roto mucho antes, con el bombardeo de civiles en Europa. Los ataques contra ciudades japonesas que precedieron a los de Hiroshima y Nagasaki fueron más terribles que la bomba atómica, pero ninguna personalidad relevante los cuestionó. En lo que a Europa se refiere, el descubrimiento de los campos de exterminio barrió todo resto de escrúpulo por lo que las fuerzas aéreas aliadas habían hecho a la población civil alemana.

Hiroshima hizo que, de gol pe, los bombardos a la población civil dejaran de ser aceptables. Creó una barrera moral respecto a la destrucción de civiles, que Estados Unidos ha respetado desde entonces, o al menos ha intentado respetar incluso en Vietnam.

También dio a Estados Unidos la idea, y el ejemplo, de lo que es una victoria sin costes para el país. Un solo acto lo consiguió. A ello siguió una monstruosa contradicción. Estados Unidos creó rápidamente una fuerza estratégica nuclear capaz de destruir cualquier ciudad rusa sin que prácticamente hubiera un debate público serio acerca de sus implicaciones éticas ni un razonamiento político que justificara borrar de un golpe a una minoría sustancial, si no a la mayoría, de una población de 240 millones de habitantes. -

El fallecido Herman Kahn provocó un gran escándalo en 1961 al publicar un libro titulado Sobre la guerra termonulear en el que ofrecía un frío análisis de las diversas formas n que se podían utilizar las armas nucleares estadounidenses: desde la simple disuasión, recorriendo una escala ascendente, hasta llegar a lo que él denominó la "guerra del ,espasmo", en la que el comandante de la fuerza aérea pulsaría todos los botones y se iría a casa (a morir).

Hasta ese momento nadie había hablado de ello abiertamente. De hecho, la guerra del espasmo había sido la política de Estados Unidos, pero sin reconocerlo ni analizarlo. Las críticas más apasionadas contra Kahn vinieron de los círculos antinucleares y pacifistas, que no entendieron lo que aquél estaba diciendo a los lectores estado unidenses: éste es el arsenal que habéis elegido y que vuestro Gobierno tiene toda la intención de utilizar; pensadlo.

Fue un ataque devastador aunque indirecto a los, mecanismos de rechazo psicológico que habían permitido a los norteamericanos prepararse a crear miles de nuevos Hiroshimas, aunque sin llegar a creer en la posibilidad de que se hiciera realidad. En los años cincuenta, Washington animó a los colegios a que realizaran ejercicios de adiestramientoélico (los niños de preescolar, ajo sus mesas de juego); en s sesenta intentó conseguir que la gente cavara refugios nucleares en sus patios traseros. Nada de ello fue tomado serio.

Sé por, propia experiencia que la crisis de los misiles cubanos preocupó muy poco a la gente. Esta intuyó la desproporción entre la causa y el posible efecto y dio por sentado, es posible que erróneamente, que el Gobierno no era tan tonto como para no verla te se alegró de que se bomba en 1945 por querían que muriese más de sus hijos.

Y funcionó. Eso es lo que a Estados Unidos entonces ha estado en conseguir que la mane de nuevo.

William Pfaff es experto estadouniense en política internacional.

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