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GENTE

CLAUDIA OCULTA SU SONRISA

Rocío García

Las medidas no engañan. El cuerpazo ahí está y es absurdo poner pegas. Pero en honor a la verdad, todo lo. que tiene de cuerpo lo tiene de siesa. El rostro de Claudia Schiffer, la potente modelo alemana de 25 años, era ayer inescrutable. Por la mañana llegó al aeropuerto de Madrid-Barajas, procedente de Nueva York, para grabar la publicidad de la colección de otoño-invierno de El Corte Inglés. Era muy temprano, no habría dormido, estaría cansada, pero su rostro reflejaba más irritación que agotamiento. Algunos de los dos centenares de personas que se habían arremolinado en la puerta de la sala 1 de la zona internacional del aeropuerto, avistados por las cámaras de televisión y los fotógrafos, estallaron en aplausos cuando Claudia salió al exterior. Los vídeos y cámaras domésticos se confundieron con los profesionales. Entre los congregados, padres y madres que habían ido a recoger a sus hijos procedentes de campamentos en Estados Unidos y Canadá. Los chicos traspasaban adormecidos las puertas que les separaban de sus familiares y, al enterarse del porqué del mogollón, se espabilaban como por arte de magia y exigían quedarse a comprobar in situ las famosas medidas 90-60-90. "Tía buena", "maciza", le gritaban en el anonimato los más valientes. Venía sola y escondía sus ojos tras gafas oscuras. Impasible, vestida con niki y pantalón estrecho azul marino y zapatillas deportivas blancas, no hizo el menor atisbo de sorpresa. Como si los gritos no fueran para ella, como si los dos guardias civiles que tuvieron que escoltarla hasta el coche que la esperaba en el exterior los hubiera traído desde Nueva York. El recorrido desde la sala del aeropuerto hasta el automóvil, con pasada ante los taxistas incluida, fue como de película de risa. Los únicos que no reían eran ella y los fotógrafos sudorosos que la seguían. Vista desde lejos, la escena era asombrosa Claudlia Schiffer traía, para su estancia de dos días en la capital de España, tres inmensos maletones y, lo más curioso, una gran caja de cartón, similar a las que se utilizan para traer chorizos del pueblo a la ciudad. La modelo tuvo que soportar más de diez minutos de flashes, ya en el interior del automóvil, a la espera de que introdujeran todo su equipaje en el maletero. "Dejarla ya en paz, hombre", suplicaban los agentes de la Guardia Civil. Ni por ésas, ni una sonrisa amable salió del rostro de aquel cuerpazo-

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