Un par de estrellas y una bolsa de pipas
Cuando se apagaron los focos que iluminan el inmaculado patio de butacas del cine de verano (por llamar así a los centenares de sillas de plástico blancas -durísimas- que cubren el suelo de cemento), sólo una estrella iluminaba, colocada sobre la pantalla, el cielo color púrpura que cubría el parque de La Bombilla.Era el pasado martes, cuando la canícula se empleaba a fondo en la ciudad. Pero allí, al llegar los primeros planos de la película La lista de Schindler y el humo de una vela parecía quema la estrella, había dos o tres grados menos que en el cercano asfalto. El ruido también brillaba por su ausencia. Sólo los rumiantes de pipas y el roce de algún mechero se añadían a la voz del apuesto protagonista. Poco antes, entraban los espectadores, casi todos jóvenes, e iban manchando de ropa multicolor el patio ' de sillas. Algunos se paraban ante la pipera. Otros se aplicaban a calmar la sed con una cerveza, y tres niños jugaban a tirarse las bolas de papel de plata del bocadillo de chorizo ante la mirada de su abuela Natividad en la pantalla pequeña, lugar de las películas para niños. "Los padres están en la pantalla grande", informaba la abnegada abuela mientras llamaba la atención al más inquieto de los niños, Alejandro, de cinco años, un chavalín rubio que quiere ser el Power Ranger blanco. "Si fuera por ellos", contaba la abuela, "vendríamos todos los días".
La oscuridad acogió a los que decidieron cenar un bocadillo y un refresco del lugar, por 575 pesetas; a quienes, contraviniendo las normas del recinto, se traían el bocata de casa; a los más sibaritas, que habían alquilado un cojín por diez duros; a los que fumaban como un carretero y a quienes por fin podían ver la película después de varias intentonas: era el caso de Manuela y Milagros, dos señoras de batita estampada y abanico. A los maridos los aparcaron en casa y cogieron un autobús en Campamento para llegar a La Bombilla acompañadas por su sobrino e hijo, respectivamente, un hombre moreno llamado Enrique, de 33 años, un guardia jurado algo reacio a desvelar su profesión. "Hemos intentado ver la película tres veces, pero por una cosa u otra...", contaban las mujeres.
Sin embargo, Santiago y Encarnación no tuvieron más que cruzar la calle, prácticamente. Santiago, de 67 años, industrial retirado, lucía unos pantalones cortos, y su esposa, Encarnación, ama de casa, un elegante moño. Estaba la pareja encantada de que le hubiesen puesto el cine de verano en el barrio.
Además, a Santiago, por ser pensionista, sólo le habían cobrado 250 pesetas por entrar. Más de seiscientas almas, y por 450 pesetas si eran adultos sin jubilar, aguantaron la incómoda silla durante casi cuatro horas que duró la película. Normalmente se proyectan dos cintas. La lista de Schlinder fue la ex cepción. Los niños, algo más de un centenar, vieron Conserje a su medida. No era un día de taquilla fuerte, según la res ponsable del cine de verano, Rita Sonlle va. "El calor de la se mana pasada hizo bajar la audiencia, que suele ser de 900 personas diarias", explicaba ayer. Y un dato añadido para estas fechas de canícula: "Salimos a dos o tres lipotimias diarias".
Pero el martes pasado, ajeno a posibles desmayos, uno de los más impenitentes consumidores de pipas, a juzgar por los restos tirados en su derredor, era Fernando, un técnico de me dios audiovisuales, de 28 años. Su amigo Pedro, funcionario, resumía las delicias del cine de verano: "Puedes fumar, comer pipas, estar al aire, tomarte un bocata y una cerveza".
Mientras, al cielo color púrpura, reflejando las luces de la ciudad, llegó otra estrella.
Festival de cine al aire libre. Parque de La Bombilla junto a San Antonio de la Florida, metro Príncipe Pío). Hasta el 3 de septiembre. Todos los días a partir de las 22.15.. Entrada: 450 pesetas. Jubilados: 250, y gratis para niños menores de seis años.
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